25 noviembre 2008

Gracias

Hay quien cree que existen las carambolas, aunque haya que luchar a veces para que la suerte esté de su lado.

Hay quien se emociona ante un viaje inesperado, ante un bocadillo y un post it con un corazón pinchado en un palillo.

Hay quien colecciona besos en vez de diamantes y llora de alegría con una flor de papel.

Hay quien no cambiaría su historia por ninguna otra y sueña con lápices de colores para dibujar sonrisas y palabras.

Hay quien cree en la vida y apuesta por ella hinchando globos azules y rosas.

Hay quien es feliz por poder compartir todo eso y brinca para que el aire agite los pétalos de rosa.
23 noviembre 2008

Jimena en silencio

Hay veces que a Jimena no le salen las palabras.
Rebusca en su saquito “amorado” para encontrar la justa y descubre un agujero por el que se han ido escapando.

–Lo mejor es esperar hasta que vuelvan –piensa.

Sentada en su mar de hielo espera a que venga alguien que le regale una.

No hay prisa, no hacen falta. Hoy basta el silencio, una mirada y un abrazo.
19 noviembre 2008

De hoy no pasa


Me gusta madrugar, vale. Llevo tantos años haciéndolo que no recuerdo la última vez que escuché el sonido del despertador.

Ni siquiera la jubilación me ha hecho cambiar de costumbres, para qué, si cuando me quedo en la cama no consigo dormir. Ahora sólo me levanto al servicio y procuro no hacer ruido para no despertar a Manuela. Me gustaba salir de la cama cuando los demás dormían y adelantar trabajo pendiente, pero ya nadie arregla sus relojes y poco a poco dejaron de llegarme encargos.

Entre ella y mi hija se han empeñado en llenarme las horas para que no eche de menos el trabajo que me ha ocupado los cuarenta últimos años. Creen que no me voy a dar cuenta de que me tratan como a un niño.

Pero de hoy no pasa que hable con la Nena, está decidido.

El veterinario lo dijo bien claro: el perro tiene que andar más, vale, pero eso no me incluye a mí, ya ves tú, que aquí me tienes, obligado a pasearle una hora por estos caminos de barro, como si no tuviera nada mejor que hacer que recorrerme el Retiro cada mañana haga el tiempo que haga y hablando solo por mitad de la calle como un viejo loco.

Mira que se lo dije cuando quisieron comprarlo, pero es que la Nena no escucha a nadie, a quién habrá salido. Y mi pobre yerno no sa atreve a llevarle la contraria. Hala, pues perrito, y gato, y niños y lo que haga falta, que ahí está Benito para echar un cable.

Y ella le habrá le habrá dicho al pobre Juan –Total, si a mi padre no le importa, que no tiene nada que hacer. Vamos, como si la viera.

Una mierda. He pisado una mierda. Y es que el caminto está plagado de ellas por culpa de tanto perrito. Claro, los dueños, asqueados de madrugar, creen que nadie les ve y no doblan el lomo para recoger lo que es suyo.Un día de suerte para el que quiera ser optimista. Yo con no pisar otra, me conformo.

Que no tengo mucho que hacer, bueno, bastante difícil me lo han puesto con la agenda que me organizan, que desde que dejé de trabajar, parece que lo hago en la Bolsa, aunque sea por las que llevo colgando todo el día con tanto recado.

Nada, a este paso, el que adelgazo soy yo, como si me hiciera falta, eso si no me da un jamacuco subiendo una de las cuestas del parquecito, que alguna se las trae, ríete tú de cuando los guajes eran críos y pasábamos el día en la sierra, claro, que por lo menos ahí mis piernas me respondían, no como ahora, que parecen morcillas en cuanto estoy un rato sentado y eso que desde hace unos días me encuentro mejor, aunque no quiero decirlo, porque entre la madre y la hija son capaces de hacerme andar aún más.

De eso nada, monada, que ya nos conocemos y como se les meta en la cabeza algo, vamos listos.
A ellas les recetaba yo el paseíto diario, que desde Atocha aquí no les iba a quedar fuelle para seguir ideando recados.

Y encima me echarán las culpas de lo cabezona que nos ha salido la Nena, por consentirla. No me extraña que sus hermanos se quejen de tanto mimo, aunque también ellos podrían haberse venido al barrio en vez de comprarse un chalet en las afueras, y así verían más a su madre.

Pero hoy hablo con ella, vaya que si hablo, y se acabó lo de madrugar para venirme al parque, que hasta me saludan los barrenderos cada mañana y las estatuas del camino parece que se burlan cuando paso.

Hala, ya estoy en la fuente del Angel caído, mitad de recorrido. Estoy deseando llegar a casa.

La culpa es mía, que me he pasado media vida como un bulto a la hora de tomar decisiones en casa y otra media mordiéndome la lengua para no llevarles la contraria, que cuando se enfadan, nunca sabes por dónde van a salir. Si no fuera por lo guapas que son las dos, lo habría tenido más fácil para hacer lo que quisiera, pero sigo derritiéndome cuando las miro, qué le vamos a hacer, si hasta parece que tienen la carita de porcelana. Ya me lo decía madre, que Dios tenga en su gloria, –Benito, hijo, que cuando miras a la hija del Sebas te quedas como tonto. Y un poco de razón tenía, pobre, pero es que mi Manuela era lo más bonito del barrio, qué digo del barrio, lo más bonito de todos los barrios, que andaba y parecía que iba bailando, bueno, aún lo parece, aunque le cueste más moverse, que los años van pasando para todos.

Joder con la cuestecita de marras, hoy no llego ni al banco de al lado del estanque sin descansar. Cada vez me cuesta más la dichosa vueltecita.

De hoy no pasa. La Nena no puede cargar a los demás con sus cosas, que para eso decidió ella comprarse el perrito. Si es que encima, mírale, que en cuanto aparezco mueve el rabo tan deprisa que parece que lo va a perder.

Que no me mires así, Lucky, coño, que esto no va contigo, pero llevamos media hora aplastando hojas y ya no te queda ni un árbol en el que dejar tu huella.

Lo siguiente será que me manden dar de comer a las palomas, o que vigile cómo van las obras del barrio, pero no, esta vez la Nena no se va a salir con la suya, que yo aún sirvo para muchas cosas y no puedo perder el tiempo así como así, que una cosa es que le haga los recados a mi Manuela para que la pobre no tenga que moverse, y otra muy distinta, sacarle las castañas siempre a esta niña malcriada que dice que no tiene tiempo de nada. Me regala unos guantes y se cree que con eso me va a tener todo el día por la calle. Pues no.

El perrito se queda hoy aquí como que me llamo Benito. Se lo digo a la castañera y que le cuide el puesto, comida no le va a faltar y seguro que le dejan darse una vuelta sin correa detrás de las palomas.

Y yo a lo mío, a mis relojes y a mis cosas, a bailar con mi Manuela y a hacer viajes con el Inserso, que ya está bien.

Que no, Lucky, que no me mires así, que soy un blando.

Bueno, pues mañana, Lucky, porque hoy hace frío, pero te quedas aquí y punto. Y en cuanto lleguemos a casa te sientas quietecito mientras ensayo en el espejo, que de hoy no pasa que hable con la Nena.
09 noviembre 2008

Rozaduras


Dice mi amiga Lola que la vida es como un calcetín y que cuando no te gusta, mejor darle la vuelta y disfrutarla.

–Ya. Como si eso fuera tan fácil.

Hay días en que las costuras se te clavan en los dedos y no hay manera de dar un paso sin pensar en el momento de llegar a casa, o te hacen rozaduras.

Mi lunes comenzó así cuando dos policías me trajeron una citación a casa y no me encontraron.

Por suerte sí lo hizo el portero, que me avisó al móvil y consiguió ponerme los pelos de punta hasta la hora de volver.

Y es que los uniformes siempre me han dado un poco de miedo, qué le vamos a hacer. Hay gente a la que le ocurre todo lo contrario, pero a mí nunca me gustó el poder que ejerce la gente que va vestida de una determinada manera por el hecho de ir así, y las fuerzas de seguridad no son precisamente una excepción.
Y es que empezar la semana con una citación no es la idea que tengo de un lunes tranquilo, la verdad, ni de disfrutar de la vida, que para eso se me ocurren cosas mejores, qué quieres que te diga.
La gente es poco observadora –pienso-, seguro que mis compañeros de oficina no se dan cuenta de nada y así no me preguntan. A saber lo que pensarán si se enteran. Bastante les he dado ya que hablar cuando algún amigo o hermano viene a buscarme y nos besamos en los labios. Y si es chica, peor todavía. Como si eso tuviera alguna importancia, ya ves tú, pero es que algunas personas viven más pendientes de lo que opine la galería que de las goteras que hace su vida.
Como la mañana era aún poco intensa, lo siguiente fue una llamada que cogió una compañera por error. No es una llamada cualquiera, no. Ni tampoco una funcionaria cualquiera. Un compañero, por llamarle de alguna manera, que además no me conoce de nada, me ha denunciado y quiere echar por tierra veinte años de currículum a cambio de una palmadita de sus jefes en la espalda, valiente gilipollas. Me muerdo el labio para no contestar a quien ha dicho mi nombre a voces seguido de las palabras: expediente-disciplinario y trago saliva mientras noto todas las miradas de la gente de la oficina clavadas en mí.

–A saber lo que ha hecho, con esas pintas, no me extraña y encima siempre riéndose por todo. Con lo bien que se lleva con los abogados, algo de eso debe ser –parecen decir-

Da igual, que piensen lo que quieran. Lo que estoy deseando es terminar aquí, llegar a casa de una vez para recoger la puñetera citación cuando vuelva la policía y saber por fin de qué va. Mi denuncia tendrá que esperar, hoy no es el día.
El teclado del ordenador parece burlarse de mí haciendo saltar en la pantalla letras que no creía haber rozado siquiera, pero es que esta pareja que está en mi mesa dando gritos y pidiéndome explicaciones al por qué de un embargo me están sacando de mis casillas. Mira que les hablo bajito, que siempre lo hago, y les cuento que la factura de su móvil ha provocado todo esto, pero ellos erre que erre, cada vez gritando más, como si habláramos idiomas distintos. Luego dirán que los funcionarios no atendemos bien, claro.

No tendría que haberme comido las uñas, con lo bien que las tenía. Ni siquiera me he dado cuenta.

Suena un pitido del móvil. Mierda, la batería.
Necesito un cigarro.

Podría fumármelo en el balcón mientras repaso el relato de clase, que necesita un pulido antes de darlo por terminado. Ha sido buena idea lo de apuntarme a un curso de escritura y lo de escoger una tarde solo para mí, aunque parezca que no me da tiempo a nada, es la única manera que conozco de hacer planes, aunque a veces me organice el día como si fuera el cuadrante de trabajo de una gran empresa, pero es que todo esto lo descubres sobre la marcha, no te dan un libro de instrucciones para llevar una familia, para ser madre o para ser pareja y todo parece que te viene grande, que me río yo de los masters de organización en los que andan metidos algunos de mis amigos. A esos les sacaba yo de la casa de sus papaítos y les dejaba una semana en la mía, a ver cómo manejaban el circo.

Cuando por fin llegué a casa y sonó el timbre de la puerta, la comida se me vino a la boca, y aunque estaba a punto de terminarme una mandarina, me pareció una enorme aceituna con hueso atascada en mitad de la garganta, vamos, que por poco salgo con las manos delante del cuerpo esperando las esposas y confesando que yo maté a Manolete, pero me contuvo la poca diplomacia que me queda y aguanté el tipo como pude mientras les explicaba a los agentes que yo trabajo en un juzgado. Un poco de colegueo no me vendrá mal –pensé, como si fuera a importarles algo. En el fondo, lo único que esperaba es que me dieran más información que un papel a nombre de mi hijo para que acudiera a comisaría, pero no me sirvió de nada.

Al cerrar la puerta, me fui derecha a su habitación con el dichoso papel en la mano preguntándole a gritos qué había hecho. El me dio casi la misma información, así que nos pusimos una chaqueta y nos fuimos a comisaría sin perder un minuto. De camino barajamos todo tipo de conjeturas mientras yo intentaba seguir sus pasos, que con esas piernas tan largas que tiene, casi acabé corriendo detrás de él, pero por suerte, vivimos cerca y no nos dio tiempo a mucho.

Tres cuartos de hora después de llegar, seguíamos en la cola los mismos que cuando entramos, pero esta vez sí me sirvió mi cara de sorprendida y conseguí que el jefe de policía se ocupara directamente de nosotros.

La palabra declaración retumbaba en mis oídos casi como una amenaza, además, el protocolo que acompaña a este tipo de cosas me resulta bastante antipático, pero cuando nos invitaron amablemente a sentarnos, me acordé de mi amiga y decidí seguir sus consejos.

Antes de que al jefe de policía le diera tiempo a decir nada, yo me había descalzado, mi hijo me miraba muerto de vergüenza y la administrativa, sin levantar la vista del teclado, empezó a explicar que la declaración era un trámite sin importancia para dar por cerrado un pequeño accidente que días atrás tuvo mi hijo.

–Bonitos calcetines, me dijo. Y como si fuera lo más normal del mundo, yo me los volví a poner, esta vez del revés, mientras pensaba que hay días en los que es difícil evitar las rozaduras.
Vamos, que salí de la comisaría como si me hubieran dado una paliza, total, tanta historia por una tontería, pero ahí estaba mi gemela, dispuesta a poner el hombro aunque tampoco tenga libro de instrucciones.
Queda tiempo antes de clase. Un botellín y un abrazo que no esperaba ahora que no me tiemblan las manos. A veces basta una mirada.
Y es que hay cosas que por mucho que te cuenten, no llegas a creerte del todo, aunque por suerte, no todos los lunes sean iguales.
A ver quién se iba a tragar que en una sola tarde, uno es capaz de prestar declaración en comisaría, ir de médicos, tomarse unas cañas, cerrar un bar, terminar a las tres de la mañana con una sonrisa y levantarse tres horas después dispuesta a comerse el día siguiente, no, eso no hay quien se lo trague, pero hay veces que no queda otro remedio que darle la vuelta a todo como si fuera un calcetín, yo tenía un ejercicio de escritura por hacer, y da igual si tengo o no una amiga que se llame Lola, porque todos sabemos que la vida está para disfrutarla.
08 noviembre 2008

Un calcetín cualquiera

Mi amiga Lola dice que la vida es como un calcetín, y que si no te gusta, hay que darle la vuelta para disfrutarla. –Claro, en eso estamos, ¿no te digo?, pero me lo cuenta mientras se pinta las uñas de los pies envuelta en un batín corto de seda y organiza una cena para amigos a base de explicarle a la asistenta cómo darle el punto exacto a la bechamel, así cualquiera.

Y es que empezar la semana con una citación no es la idea que tengo de un lunes tranquilo, la verdad, ni de disfrutar de la vida, que para eso se me ocurren cosas mejores, qué quieres que te diga. Si le añades que esa citación la traen a casa un par de policías, pues menos y si además tienes que firmarla en nombre de tu hijo adolescente, ya ni te cuento. Un trago, vamos.

La mañana empezó con una llamada del portero a mi móvil advirtiéndome de que me buscaba una pareja de la policía nacional para entregarme algo. En ese momento me estaba comiendo una mandarina en el trabajo y casi me atraganto con el gajo en la boca.

Una, poco acostumbrada a lidiar con las fuerzas de seguridad, al menos desde ese lado de la barrera, mueve Roma con Santiago para averiguar de qué se trata mientras disimula secándose el sudor de las manos en el culo de los vaqueros.

La gente es poco observadora –pienso-, seguro que mis compañeros de oficina no se dan cuenta de nada y así no me preguntan. A saber lo que pensarán si se enteran. Bastante les he dado ya que hablar cuando algún amigo o hermano viene a buscarme y nos besamos en los labios. Y si es chica, peor todavía. Como si eso tuviera alguna importancia, ya ves tú, pero es que algunas personas viven más pendientes de lo que opine la galería que de las goteras que hace su vida.
Que no soy discreta, vale, que no me va la diplomacia, también vale, que en la oficina canta tanto colorín y que me cuelgo de las orejas cualquier cosa que se me ocurra convirtiéndolo en pendientes, bueno. ¿Y? eso no ha influído nunca en mi modo de trabajar que yo sepa, sencillamente, no me gustan los trajes de chaqueta, los tacones, la ropa gris ni los jerseys cerrados, tampoco me parece tan grave.
Como la mañana era aún poco intensa, lo siguiente fue una llamada que cogió una compañera por error. No es una llamada cualquiera, no. Ni tampoco una funcionaria cualquiera. Un compañero, por llamarle de alguna manera, que además no me conoce de nada, me ha denunciado y quiere echar por tierra veinte años de currículum a cambio de una palmadita de sus jefes en la espalda, valiente gilipollas. Me muerdo el labio para no contestar a quien ha dicho mi nombre a voces seguido de las palabras: expediente-disciplinario y trago saliva mientras noto todas las miradas de la gente de la oficina clavadas en mí.

–A saber lo que ha hecho, con esas pintas, no me extraña y encima siempre riéndose por todo. Con lo bien que se lleva con los abogados, algo de eso debe ser –parecen decir-

Da igual, que piensen lo que quieran. Lo que estoy deseando es terminar aquí, llegar a casa de una vez para recoger la puñetera citación cuando vuelva la policía y saber por fin de qué va.
¡Anda!, y además vienen mis sobrinos a dormir, a ver si les dejo hecha una cena rica.

El teclado del ordenador parece burlarse de mí haciendo saltar en la pantalla letras que no creía haber rozado siquiera, pero es que esta pareja que está en mi mesa dando gritos y pidiéndome explicaciones al por qué de un embargo me están sacando de mis casillas. Mira que les hablo bajito, que siempre lo hago, y les cuento que la factura de su móvil ha provocado todo esto, pero ellos erre que erre, cada vez gritando más, como si habláramos idiomas distintos. Luego dirán que los funcionarios no atendemos bien, claro.

No tendría que haberme comido las uñas, con lo bien que las tenía. Ni siquiera me he dado cuenta.

Suena un pitido del móvil. Mierda, la batería. Tengo que llamar a mi hija para acompañarla esta tarde a la revisión de los catorce y a ponerse la vacuna. Si es que no sé para qué tengo la cabeza, casi lo olvido. Igual me da tiempo antes de pasarme por la comisaría.

Necesito un cigarro.

Podría fumármelo en el balcón mientras repaso el relato de clase, que necesita un pulido antes de darlo por terminado. Ha sido buena idea lo de apuntarme a un curso de escritura y lo de escoger una tarde solo para mí, aunque parezca que no me da tiempo a nada, es la única manera que conozco de hacer planes, aunque a veces me organice el día como si fuera el cuadrante de trabajo de una gran empresa, pero es que todo esto lo descubres sobre la marcha, no te dan un libro de instrucciones para llevar una familia, para ser madre o para ser pareja y todo parece que te viene grande, que me río yo de los masters de organización en los que andan metidos algunos de mis amigos. A esos les sacaba yo de la casa de sus papaítos y les dejaba una semana en la mía, a ver cómo manejaban el circo.

Vamos, que salí de la comisaría como si me hubieran dado una paliza, total, tanta historia por una tontería, pero ahí estaba mi gemela, dispuesta a poner el hombro aunque tampoco tenga libro de instrucciones.

Queda tiempo antes de clase. Un botellín y un abrazo que no esperaba ahora que no me tiemblan las manos. A veces basta una mirada.

Y es que hay cosas que por mucho que te cuenten, no llegas a creerte del todo, aunque por suerte, no todos los lunes sean iguales.

A ver quién se iba a tragar que en una sola tarde, uno es capaz de prestar declaración en comisaría, ir de médicos, tomarse unas cañas, cerrar un bar, terminar a las tres de la mañana con una sonrisa y levantarse tres horas después dispuesta a comerse el día siguiente, no, eso no hay quien se lo trague, pero hay veces que no queda otro remedio que darle la vuelta a todo como si fuera un calcetín, yo tenía un ejercicio de escritura por hacer, y da igual si tengo o no una amiga que se llame Lola, porque todos sabemos que la vida está para disfrutarla.
02 noviembre 2008

Sobran las palabras


Me voy, Carlota.
Te has empeñado en que dude y al final me falta el aire.
Me preguntaste tantas veces el por qué de quererte, que al final no sé realmente qué es lo que deseo, no soy capaz de diseccionar mis sentimientos, darte más razones o escudriñar miradas.

Me agobia tener que preparar respuestas para todo y explicar cada silencio, qué quieres que te diga. Soy más simple que todo eso y te empeñas en convertir cada gesto en algo objetivo para pasarlo por el tamiz de tu microscopio, porque sí, porque la convivencia cambia y desgasta, como los niños, el trabajo, las obligaciones y el sueño.
Yo creía que teníamos la vida que habíamos elegido vivir, pero tú siempre dudas, nunca estás conforme con nada.
Por una vez, podrías haber dejado la cabezonería a un lado y no empeñarte en analizar cada mirada, pero no, tienes que destripar las cosas y en vez de luchar y disfrutar, te pasas el día preguntándome si aún te quiero, buscando un culpable al cansancio y a la distancia.
No, Carlota, no he dejado de quererte, de eso puedes estar segura, pero no de la misma forma que nos amamos al conocernos, cuando nuestro mundo se reducía a dos cuerpos con muchas ganas de disfrutar y ninguna responsabilidad que nos impidiera dormir.
Necesitas escuchar contínuamente que estoy aquí por algo, pero yo me cansé de tirar de este carro.
¿De verdad crees que es tan importante?
No me he acomodado a vivir en familia, ni a pagar la hipoteca de la casa y a hacer el amor los sábados, claro que no, pero no puedo reducir mi vida a lo que fue hace veinte años, porque ni siquiera somos los mismos y hemos evolucionado con ella.
Estoy cansado.
He contado cuentos a nuestros hijos cada noche antes de dormir, he empujado contigo cuando vinieron al mundo y hemos llorado de alegría al conocer la noticia de cada nuevo embarazo, lo sabes.
Y no, no me sale explicarte por qué te quiero, será que soy distinto a tí o que no le doy tantas vueltas a todo, que a veces hasta evito quedarme callado para que no me preguntes en qué pienso.
Se me pasó la edad de escribirte poesías o de meter una nota en tus cuadernos de clase, vale. Prefiero sorprenderte con una flor junto al ordenador de vez en cuando, o prepararte una cena romántica que no esperas, esa es mi manera de decirte lo que siento y no sé hacerlo mejor ni quiero hacerlo distinto porque tú me lo pidas. No me gusta San Valentín ni tampoco el día de los santos.
Basta ya de hablar de desgastes, de crisis y de conformismos. Y basta también de darnos la espalda para dormir o evitar conversaciones para no hacernos daño.
No puedes calibrar mi cariño en función del tiempo que pasamos juntos, del número de veces que te repito una frase o de cuántas personas me hacen sonreír.
Quiero disfrutar de las cosas que me gustan, seguir creciendo, aprender, tener inquietudes, reírme, compartir abrazos. Y quiero que también tú lo hagas, porque si eres feliz, yo también lo soy.
No puedo darte más y puede que tú tampoco, al menos, no de esta manera.
Necesito mirar todo esto desde otra perspectiva, alejarme un poco y respirar.
Volveré en unos días y hablaremos, tomaremos decisiones de lo que queremos hacer con nuestras vidas.

Pablo termina de escribir y mete el folio con cuidado en un sobre que deja sobre la mesa.

Carlota se ha despertado antes que de costumbre.
Toda la semana esperando que llegue el domingo para poder descansar, y resulta que no se puede dormir una vez que amanece.
Mira el otro lado de la cama y alarga el brazo acariciando el hueco vacío. Está frío. Alguien madrugó aún más –piensa.
Se hace un ovillo agarrando un pico de la sábana para taparse la oreja y da otra vuelta para vencer la vigilia, pero sabe que es una batalla perdida.
Le gusta el silencio de la casa a primera hora, andar descalza hasta la cocina y sentir el crujido de la tarima bajo sus pies.
Huele a café. Sonríe.
–Bueno, parece que es hora de ponerse en marcha, adiós, camita, ya está bien de hacer el vago.
Al levantarse, se coloca una rebeca de ganchillo sobre los hombros y mete el mechón de rizos por detrás de la oreja para que no le tape los ojos.
En el salón, la mesa está puesta y el desayuno preparado.
Busca a Pablo con la mirada. Estará en el baño, o arropando a los niños. No tendría que haber discutido con él anoche, bueno, ni la noche anterior, ni la otra…pero es que últimamente está más callado que nunca, como si ya no la quisiera, o tal vez siempre ha sido así, qué más da.
Sobre la mesa, un sobre cerrado con su nombre escrito. Es la letra de Pablo, esa tan peculiar, con picos y rabos como una montaña rusa.
Carlota se sienta y abre el sobre despacio.
Antes de que pueda empezar a leer, oye ruidos en el pasillo y esconde el sobre entre los cojines por si uno de los pequeños se acerca.
–Hola mami, no puedo dormir.
Carlota abre los brazos y deja que su hija se acurruque sobre ella en el sofá. Lleva un peluche viejo agarrado de una oreja que cae al suelo en cuanto se duerme.
Mientras rebusca en los cojines el sobre, mira a su chiquitina y piensa que no le ha hecho falta decirle ni una palabra para que se tranquilizara entre sus brazos. Tal vez no siempre sean necesarias para decir las cosas, tal vez no sea demasiado tarde.
Si quieres llevarte bien con las hadas, no copies textos sin permiso.
Diseño de Joaquín Bernal • Ilustración de Sara Fernández Free counter and web stats