15 junio 2010

El roce hace el cariño...a veces


Hubiera dado cualquier cosa por ser diferente.


Al principio me sentía pequeñín en tu bolsillo, pero cuando empezaste a acariciarme, las cosquillas iban de lado a lado y quise soñar que estaría ahí siempre. Desde luego, no se parecía en nada al traquetreo de la cinta en la fábrica antes de embolsarme, el envío a la tienda y la descarga en el escaparate. Lo tuyo sí era roce. Me encantan las uñas largas que en vez de clavarse juguetean. Decidí cambiar. Al fin y al cabo, una semana colado en tu chaqueta hace ilusionarse a cualquiera. Me pasaba el día esperando que te pusieras nerviosa para que hicieras malabarismos conmigo. Jugueteabas pasándome de un dedo a otro por la parte de arriba de la mano intentando que no me cayera y aunque a veces no lo conseguías, volvías a recogerme y me colabas de nuevo en el bolsillo, o volvías a empezar.


Creo que me enamoré de ti porque me hacías sonreír. O porque me lanzabas al aire para cogerme luego, o porque soy un tonto, un sugus tonto, pero había escuchado tantas cosas sobre mi final, que no se me ocurrió uno mejor que contigo y claro, como al tiempo lo tenía en mi contra, me puse a hacer listas en la cabeza sobre cualquier cosa que me hiciera estar a tu lado. Te sorprendería saber la de cosas que puedo memorizar entre estas paredes de papel. Me salvaste de una muerte segura detrás del cristal de aquel escaparate tan soleado.


Te gustaba mi olor a fresa, mi color. Lo dijiste nada más sacarme de la bolsa. Te extrañó que en mi papel no se hubieran impreso más que la mitad de las letras y dijiste que te traería suerte. Yo me hice ilusiones como un crío.


Si hay quien cree en la reencarnación, en el karma o en la suerte, ¿por qué yo no? Tampoco soy tan distinto. Además, entre acabar pegado en una acera o deshecho en tu boca, estaba clara la elección.


El día que me cogiste del bolsillo y empezaste a quitarme el papel, temblé como una gominola. Conté hasta diez hacia atrás para que no te dieras cuenta. Tampoco quería sudar, ni encogerme, ni ponerme duro. Nada de eso te hubiera gustado. Luego, en la boca, me volví ácido pensando en cosas divertidas para hacerte cosquillas en la lengua y que cerraras los ojos como cuando doblas la esquina y te sorprende el sol.


La felicidad me estaba derritiendo, o será que soy un romántico y quería fundirme contigo. Me agarré a tu paladar volviéndome pegajoso y duro para que no me soltaras, pero me despegaste con el dedo cuando no te miraba nadie y pusiste una mueca de asco mirando a los dos lados. Luego hice lo mismo con un diente y esta vez las uñas largas arañaron en vez de acariciar.


Se rompió mi sueño. Dicen que los sugus no tenemos corazón. Ni instrucciones, solo usar y tirar.


Y será que soy un tonto, o que esperaba que el milagro de la reencarnación me sorprendiera, pero dejé de luchar. Había sido un error conocerte, hacerse ilusiones, creer que lo efímero duraba más con una sonrisa. Envidié a los que terminan pegados en una acera, bajo la mesa de un colegial o en la suela de un zapato, a los que no piensan ni quieren cambiar, porque tu indiferencia arañaba más que tus uñas y al fin y al cabo, daba igual lo que yo fuera capaz de memorizar entre unas paredes de papel mal impreso que te iban a dar suerte.

Si quieres llevarte bien con las hadas, no copies textos sin permiso.
Diseño de Joaquín Bernal • Ilustración de Sara Fernández Free counter and web stats