19 octubre 2008

Carolina despierta

Carolina sueña con mirar el mar.

Después de tanto tiempo, por fin hoy vuelve a Cudillero.

Comprará la casita azul de la montaña para ver desde el porche la puesta de sol. Sentada sobre la vieja mecedora que heredó de la abuela, preparará sus casos al olor de las hortensias y plantará una buganvilla roja que cubra la valla blanca del jardín.

Más de seis años en Madrid y aún no se ha acostumbrado al humo y a los ruidos, a las prisas. La gente se cruza y no se saluda, no mira a los ojos al hablar ni se para a charlar de la familia.

Algunas noches, cuando no puede dormir, abre el cajón de la cómoda y saca la placa dorada que papá le regaló el día que se despidieron, roza cada letra de su nombre con la yema de los dedos y la envuelve de nuevo en el papel de estraza pensando en lo que le queda aún para ejercer de abogada.

Ha pasado muchas noches acurrucada en la cama pensando en este día, cerrando los ojos y aspirando hondo para no olvidar el olor dulzón de las tormentas y el horizonte teñido de gris que tanto le gusta. Aún se pregunta por qué vino hasta aquí, por qué dejó que su padre decidiera por ella. Pero hoy es mañana.

Derramó muchas lágrimas en ese trayecto, pero ahora vuelve a casa con una sonrisa, dispuesta a intervenir por fin en su destino. Pensará por sí misma y Madrid será sólo un recuerdo. Martín estará esperándola. Podrán besarse de nuevo en el acantilado y se casarán en la ermita un día de primavera.

Cuando murió León, el viejo farero, padre pudo haber ocupado su puesto, pero la pesca da más dinero y él se empeñó en que su hija estudiara en la mejor universidad de Madrid. Se lo dijo a todos sus amigos y cada vez que embarcaba, se despedía de su niña recordándole que lo hacía por ella. Carolina no se atrevió a romper ese sueño, aunque no fuera el suyo y se marchó para no llevarle la contraria. Sus hermanos siguieron la tradición familiar en altamar mientras su madre acumulaba callos cordando redes en el puerto.

Sobre sus hombros pesan el título y la carrera casi tanto como los libros que ha tenido que estudiar, pero por fin vuelve y todos se sentirán orgullosos de ella, eso es lo importante ahora.

No puede dormir. Mira a los asientos de al lado buscando alguna cara conocida. Nada, el autobús está medio vacío y no recuerda a nadie. Al otro lado de la ventanilla, un paisaje lleno de contrastes que Carolina saborea con una mezcla de emoción y de sorpresa. Nada cambia, pero nada es igual, como si recorriera este camino por primera vez. Ella ya no es la misma. Repasa mentalmente la lista de amigos a los que tiene que llamar ahora que todo vuelve a estar en su sitio. Recuperará el tiempo y las sonrisas que tanto ha echado de menos.

Cuando el autobús se detiene detrás de la curva de entrada al pueblo, Carolina ve a su familia que la espera. Tiene ganas de llorar, pero no quiere hacerlo y traga saliva intentando que sus ojos no se llenen de lágrimas. No ve a Martín, tal vez no haya tenido tiempo de llegar y lo haga enseguida.

Padre es el primero en abrazarla, pero ella busca a madre para volver a sentir el olor de su piel, necesita rozarla. Todos hablan a la vez, quieren saber y contar mientras suben hacia casa.

Carolina mira hacia todos lados y disimula como si tratara de reubicar en la memoria cada detalle.

Cudillero ha cambiado, ni siquiera está el cartel de venta en la casita azul de la montaña. Su hermano mayor le cuenta que un arquitecto de fuera la convirtió en alojamiento rural cuando el dueño perdió el barco y tuvo que malvenderla. La pesca ya no está como antes y algunos marineros han perdido su trabajo. En la cuesta de camino a casa, Martín se cruza con ellos y baja la mirada. Lleva una niña pequeña de la mano que se queda mirando a Carolina.

Los hermanos no dicen nada y aceleran el paso.

Carolina quiere hablar, pero una punzada en el pecho no le deja hacerlo. Debe ser la rampa, que ya no está acostumbrada.

Ya en casa, padre toma la palabra y todos callan, que para eso peina canas. Su pequeña está de vuelta y hay que celebrarlo, que no todos los marineros tienen una hija abogada. Tendrá trabajo en el muelle, en la oficina de la Cofradía de pescadores, se lo prometió el patrón, que es cuñado del práctico del puerto. Y habrá fiesta esta noche en la sidrería de la plaza.

Madre la mira desde los fogones pero no dice nada. Huele a caldereta de pescado y a arroz con leche, como de niña.

Carolina está mareada y no sabe qué decir. Piensa en su placa dorada y en la casita azul de la montaña, en Martín, en lo que hubiera sido su vida atendiendo un puesto del mercado y cordando redes en el puerto. Necesita un paseo frente al mar, decidir por sí misma. Sale de casa llorando y se descalza de camino a la playa.

Carolina sueña con mirar el mar, pero este no es su sueño. El cielo está gris y huele dulce, a tormenta. Sentada en la arena húmeda, aspira hondo llenando los pulmones.

El autobús sale en una hora. Da igual para dónde.

9 comentarios:

Blogger Marina Culubret Alsina ha dicho...

los sueños cabe izarlos con el viento que viene de la tierra, y luego sí, luego lanzarse al mar. Cualquier puerto es válido...

Un relato con sabor salado, pero de esas gotitas saladas que vienen a los labios cuando las olas danzan con el viento y nos refrescan la cara.

Un abrazo,

19 de octubre de 2008, 22:52  
Anonymous Anónimo ha dicho...

en esa intimidad esperanzada está siempre la verdad

19 de octubre de 2008, 23:20  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. Galdeano dixit.

Gran relato...

20 de octubre de 2008, 1:26  
Blogger SALUSTIANA ha dicho...

ufff, nada más ver esa foto me han venido recuerdos maravillosos. Sentada en una terracita, donde se ven las sombrillas, abajo, junto al puerto, me zampé hace años unas fabes con almejas que aun recuerdo. No me extraña que uno añore Cudillero. A mi me dan ganas de irme a vivir allí y no volver nunca a mi pueblo, que es muy seco y tiene el mar demasiado lejos.
Saludos de mis porcinos que dan buenos tocinos, señora mia, un placer leerla

20 de octubre de 2008, 13:47  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Desde luego, lo de leerlo después de que quince buitres te hayan señalado los fallos es un corte de rollo. La próxima vez lo leeré antes y dejaré al espíritu crítico haciendo la cena y dejándome disfrutar.
Gracias por contarnos cuentos, nuestros sueños serán alegres o tristes, pero los disfrutaremos más. Beso!

21 de octubre de 2008, 19:24  
Blogger Hache ha dicho...

Quizá perdamos la magia de escuchar sin más y dejarnos llevar por las palabras. Porque las tuyas invitan a eso, a viajar a Cudillero (precioso pueblo además) y sentarnos al lado de Carolina.

Ay, mira que criticar y criticar nos hará perder esa parte de magia.

Pero no aquí, no en este blog.

22 de octubre de 2008, 11:13  
Blogger Maria Coca ha dicho...

Decisiones que marcan una vida. Caminos que se hacen sin pensar. Imágenes que transmiten muchas emociones en tu texto. Emociones que llegan y hacen meditar...

Besosss

23 de octubre de 2008, 18:27  
Blogger Unknown ha dicho...

no está mal, huele a mar... pero le falta un poco de... salitre?, claro que yo no soy marino.

27 de octubre de 2008, 13:18  
Blogger Mencía ha dicho...

Respigaíta de principio a fin ya antes de leer ... la foto niña.
Cudillero (San Pedro) pueblo donde crecí en todos los sentidos, ya te contare.

Leer una historia donde descubres que los sueños que cumples no son los propios sino de otros.

Tener el valor de emprender otro viaje (a dónde sea) ... no sólo por huir sino por ser ...

Me encantó niña. Me encantó.

27 de octubre de 2008, 23:43  

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