26 junio 2009

En invierno el perro decora un sombrero

(Esto es un ejercicio de clase. Sentados en el césped, teníamos 20 minutos para inventar una historia a partir del título que nos había tocado. En mi caso, el que veis...y resultó muy muy divertido)

Hipo es un perro muy especial.

Le pusieron ese nombre porque cuando lo adoptaron estaba llorando y tardó un buen rato en dejar de hacerlo.

Fue hace un año y desde entonces intenta parecer un niño más que un animal. Y es que adora a sus dueños y le gusta ver cómo se ríen.

Aún recuerda aquel día. Hacía frío y le dejaron dentro de un cubo de basura metido en una caja con tiras de papel de periódico. Hizo todos los sonidos que conocía para que le sacaran de allí.

Tenía miedo y estaba oscuro. Nada. Ni su madre ni ninguno de los cachorros con los que se acurrucaba después de mamar parecían escucharle. Cerró los ojos, pero los ruidos sonaban con eco desde dentro del cubo y el pobre temblaba de miedo.

Le gustaba acercarse a la barriga de su mami y esconder su hocico debajo cuando quería dormir, pero tampoco el cubo olía como ella.

Trepó hacia la rendija de luz, una, dos, tres veces. Nada. Agotado, se dejó caer sobre el periódico y comenzó a llorar con grandes hipidos. Entonces sonó un ruido fuerte. Era un camión y frenó justo al lado.

Hipo temblaba de miedo y metió el hociquillo entre sus largas orejas para que no le vieran.

El cubo se movió hacia un lado, luego hacia arriba. Hipo daba tumbos de un lado a otro, trató de salir por última vez, pero resbaló de nuevo y se le escapó un aullido de dolor.

Entonces se oyeron unas voces y pararon el cubo. Su cajita se quedó quieta. Se abrió la tapa y unos hombres se quedaron mirándole. Uno de ellos metió la mano en el cubo y le agarró por el pescuezo como lo hacía su madre cuando se escapaba de la cesta. Al salir, una niña le cogió en brazos y le arropó con su chaqueta sin dejar de acariciarle.

–Soy María, no tengas miedo, chiquitín, que voy a cuidarte mucho.

Luego, mirando a uno de los hombres, empezó a pedirle que le dejara llevárselo.

–Papito, papito, ¿puedo quedármelo? Por favor, por favor, papi, mírale, es muy pequeñito, papi, por favor, es navidad…

Tomás, el papá de María, se encogió de hombros y no dijo nada. Luego le llevaron a una casa muy bonita, le dieron leche caliente y le pusieron una cesta mullida para dormir. Tampoco allí olía como mamá, pero estaba contento y le hacían muchas caricias.

–Vamos, Hipo –le decía María-, es hora de salir.

Los dos se hicieron grandes amigos. Al principio no le gustaba ir atado, pero María se puso una cuerda muy larga alrededor de la cintura y dejó que el cachorro la agarrara con los dientes, así los dos iban igual. Cuando llegaban a un árbol, la niña se paraba y levantaba un pie para que su perrito hiciera lo mismo. A veces, sus amigas se reían de esas tonterías, pero a ella no le importaba, porque sabía que su perrito era diferente a los demás.

Al entrar en casa se quitaban las correas y María se lavaba las manos antes de ir a cenar. Como Hipo no llegaba al lavabo, metía las patitas una a una en el cacharro del que bebía agua y la niña se reía y la cambiaba por otra más fresca. Imitaba todo lo que hacía, se sentaba en su silla a la hora de cenar y quería que le arroparan cuando llegaba la noche.

Un día, María se encerró en su habitación para prepararle un regalo a papá. Cogió unos pinceles, una cartulina y empezó a dibujar. Hipo quería lo mismo, pero aquellos palos largos se le resbalaban en las pezuñas y salió del cuarto arrastrando las orejas hacia la cesta. Acurrucado, pensaba en ideas para su regalo.

Cuando todos dormían, subió las escaleras despacito hasta la habitación de su dueño. Empujó la puerta con el hocico y le oyó roncar. Sin hacer ruido, se acercó hasta la silla y agarró con la boca el sombrero de Tomás. Luego salió igual y se coló en la habitación de la niña. Le costó mucho abrir los botes de pintura, pero cuando lo consiguió, fue metiendo su pezuñitas con cuidado y colocándolas después en el sombrero.

Seguro que Tomás se pondría muy contento con un regalo tan original.

Al terminar, bajó al salón y colocó el sombrero junto al árbol con lucecitas que había decorado toda la familia.

Cuando despertaron, las escaleras estaban llenas de huellas de colores.

Tomás gritó muy fuerte su nombre, pero Hipo no se atrevió a moverse de su cesta. La niña bajó corriendo para ver lo que pasaba y allí, junto al árbol, se encontró el sombrero más bonito que había visto nunca. Se parecía mucho al de su padre…pero este era mejor y, dijeran lo que dijeran las niñas de su clase, ella estaba convencida de que su Hipo era un perro muy especial.

22 junio 2009

Cuestión de números


Dos o tres veces al día...o más, pienso en ti y me apeteces.


Intento que no te enredes demasiado en mis pensamientos, porque entonces le busco explicaciones a cada palabra y a cada gesto y me ahoga este maratón de silencios.


Otras, viene tu olor a mi memoria y juega al escondite entre mi pelo sin que pueda evitarlo.


Tres o cuatro veces durante la noche, te cuelas en mis sueños para contarme las cosas que quiero escuchar, aunque algunas olvidas para qué has venido y me abrazas sin decir nada.


Otras, simplemente me miras para recordarme dónde estás.


Cuatro o cinco veces al día, me gustaría que fueras distinto, y juego a dibujarte una sonrisa, cambio la letra de esta canción y vacío mi memoria.


Algunas, te observo y decido quedarme.


He perdido la cuenta de los besos y los abrazos. Como de tantas cosas.


Salgo a la calle. Llueve. Miro al cielo para que lo borre todo. Un, dos, tres, mis pasos. Otro día, contar contigo, volver a soñar.


Como si mi vida fuera un ábaco, pienso otra vez en ti. Me apeteces.

19 junio 2009

Por si acaso


Te felicité y me miraste con los ojos muy abiertos arqueando una ceja.


– Sí, ya sé que no es tu cumpleaños –te dije-, pero en un mes como este, hace mucho mucho tiempo, nos conocimos y me regalaste una sonrisa y la llave maestra de tus pensamientos.


– ¡Ah! ¿sí? No recordaba si fue en abril, o en junio, o en agosto…ya sabes que no soy de fechas cuando tengo una vida por delante.


– Da igual. Ninguno de los dos hemos contabilizado las letras de las canciones que aprendimos juntos, ni los libros, las fotografías, los cafés, los sueños, las risas y los proyectos.


– Tengo buena memoria, no creas.


Abrí tu mano antes de despedirme. La pasé por mi cara y te sonreí. Luego te devolví tu llave y antes de alejarme te susurré: –toma, tal vez la necesites.

05 junio 2009

Las gafas de Laurita


(este cuento fue el primer ejercicio de clase del taller de escritura de este año en la Escuela de Escritores y ha ganado el 2º premio del Ayuntamiento de Huesca, "Certamen Cuentos para despertar". Gracias)


Es un rollo esperar el autobús del cole con mi hermana Laurita.

Me gustaba más cuando estaba mamá, porque la entretenía con besos de esquimal mientras yo jugaba con mis amigos. Luego nos repetía veinte veces que nos portáramos bien y le decíamos adiós con la mano desde la ventanilla, pero desde que se fue, tengo que cuidar de mi hermana porque he cumplido nueve y papá sabe que ya soy mayor.

Laurita dice que la parada del autobús es como un paraguas grande lleno de gente enfadada, pero yo le cuento que por las mañanas están un poco dormidos y no tienen ganas de hablar, entonces me aprieta la mano y yo le guiño un ojo para que no tenga miedo.

Cuando salimos de casa nos metemos las gafas de la bici en el bolsillo y mi hermana se las pone cuando papá ya no mira. Como son oscuras, cree que si se tapa los ojos, nadie podrá verla y así los niños no se acercarán a preguntarle por mamá, porque eso le pone muy triste. Quiere que las use también para escondernos juntos, pero yo no soy un crío y sé que eso no sirve de nada. Si quisiera esconderme, me iría a casa de mi amigo Fran, que tiene escaleras y un cuartito debajo para la leña. Ahí sí que no nos encontrarían nunca, pero tampoco podríamos estar con papá. De pequeño quería una capa como la de supermán, pero mamá me explicó que sólo se vuela en los cuentos y que nadie puede volverse invisible, así que nunca me compró una.

Al llegar la ruta, nos sentamos delante y Laurita inventa juegos para que me quede con ella. Ahora le ha dado por comparar las cosas de la calle con otras que me hagan reír y mira todo el rato por la ventanilla inventando tonterías.

El otro día le dijo que su corbata es como una boa de rayas y que por eso no se ríe nunca cuando la lleva puesta, por si la serpiente se enfada y no le deja respirar. Papá se quedó muy serio y nos prometió que el sábado se pondrá una camiseta para llevarnos al parque. Creo que también está triste, por eso se la pone, para que no se le note.

Desde que murió mamá, Laurita no habla con casi nadie y en el recreo las niñas se burlan de ella.
Ayer, la profe nueva de inglés se acercó a preguntarle si le pasaba algo, entonces mi hermana sacó las gafas del bolsillo, se las puso y miró para otro lado sin decir nada. La señorita se enfadó y la llevó al despacho de Don Julián, el director del colegio. Yo no soy un chivato y no quería que papá se enfadara, pero le llamaron del colegio y se enteró de todo.

Estaba seguro de que al llegar a casa nos iba a caer una buena, como aquella vez que rompí el cristal de clase de un balonazo, pero en vez de regañarnos, se sentó con ella en la alfombra y le contó un cuento de una mamá que se ponía muy triste porque no podía encontrar a su niña. Jo, no hay quien entienda a los mayores. Luego la cogió en brazos y la llevó hasta la cama. Los dos estaban llorando. Yo no, porque dice mi amigo Fran que los chicos que lloran son unos maricas, así que me he quedado en la puerta de su habitación para oír el final del cuento.

Esta mañana, al salir de casa, papá nos ha devuelto nuestras gafas oscuras y nos ha guiñado un ojo. Juraría que estaba sonriendo, sí, seguro que sí, y no llevaba corbata.

En la parada del autobús, mi hermana miraba hacia arriba con los ojos muy abiertos sin sacar las gafas del bolsillo.

–Oye Jaime: ¿tú crees que mamá me estará viendo desde algún sitio?

–Seguro, Laurita, y la parada del autobús es como un paraguas grande lleno de sonrisas. Anda, sube, vamos a inventar disparates.
Si quieres llevarte bien con las hadas, no copies textos sin permiso.
Diseño de Joaquín Bernal • Ilustración de Sara Fernández Free counter and web stats