11 agosto 2008

Crónica de un encuentro


María es feliz. Se le nota en la mirada, aunque esconda sus bonitos ojos verdes tras unas gafas oscuras. Es menuda y cuando sonríe, su sonrisa le ocupa toda la cara. Algo tendrá que ver Adolfo, porque no le quita ojo y de vez en cuando enredan sus dedos como niños que no quieren que se les escape un sueño.

Si no fuera porque acabamos de presentarnos, juraría que la conozco de toda la vida, a pesar de no saber nada de ella. Ni falta que me hace.

Adolfo fuma, como yo. Mientras me explica el arte de la fotografía intento recordar dónde le he visto antes, pero no se lo pregunto porque sé que lo haga como lo haga, sonará a topicazo de recién llegados. Será su manera de hablar o el acento que pone cuando dice mi nombre. Ha descrito el momento del revelado de la manera más bonita que he escuchado nunca, casi como un parto. Si se descuida, me emociono y le doy un abrazo. Bueno, ni siquiera hace falta, porque a mí los abrazos me salen solos cuando me encuentro a gusto.

Hemos convertido los jardines de La Magdalena en nuestra pequeña tasca de risas y palabras, pero el tiempo pasa demasiado rápido y llega la hora de despedirnos.

Una de las cosas que me gustan del verano es que me olvido del reloj. Lo llevo como un complemento más, pero intento no seguir el tic-tac de sus agujas y hacer las cosas a mi propio ritmo. Aún así, a veces tengo que poner los pies en el suelo y hacerme cargo de que el tiempo existe.

Recuerdo que cuando veraneaba en el Norte con mis padres, aprovechábamos los días de lluvia para hacer excursiones, comer fuera o conocer sitios nuevos. Ahora llueve menos que entonces.

Habrá más tardes como ésta, seguro. Y más apuestas, más proyectos, cursos y letras. Vendrán otras sonrisas que hoy no pudieron estar y se conformaron con una crónica o con imaginar el acento. Da igual Sevilla o Madrid para compartir pop y jazz, libros o autores. Da igual si la brisa del mar no nos acompaña o si el camarero en Santander no conoce más marcas de ron.

María seguirá inventando historias a modo de flash, robando instantáneas y soñando despierta con momentos en los que ser feliz.

Adolfo no podrá tener un perro con nombre friki, pero buscará con su objetivo la matrícula de honor que le quedó pendiente en la carrera.

Y nosotros seguiremos ahí, seguro, buscando sonrisas pendientes.

4 comentarios:

Blogger sin nombre ha dicho...

Queda el recuerdo de lo que fué y la promesa de lo que será. Queda una crónica emotiva que habla de reencuentros y, sobre todo, queda la sensación de haber conocido a una pareja estupenda con la que poder compartir momentos cargados de ron, charlas y letras.

Preciosa descripción de un breve momento (maldita tiranía la del reloj) prefacio de otros por llegar. Un besazo enorme, Ana.

12 de agosto de 2008, 13:48  
Blogger Maria Coca ha dicho...

Crónica de un encuentro que permanecerá siempre en la memoria de todos los que estuvimos allí, incluso en la del silencioso "Trasto". Crónica que sólo es un principio sin final posible porque no hay finales cuando de verdad se encuantran personas que se reconocen con palabras o sin ellas. Crónica a la que le sucederán otras crónicas sin más.

Fue un verdadero placer y me siento muy orgullosa de ese encuentro que nunca olvidaré.

Besos enormes desde el sur.

12 de agosto de 2008, 19:23  
Blogger Ana ha dicho...

Me gusta pensar que lo mejor siempre está por llegar. Y aún más si en el camino encuentras con quién compartirlo. Un beso

15 de agosto de 2008, 23:03  
Blogger Hache ha dicho...

;-)

18 de agosto de 2008, 14:50  

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