Encontrada
Nuria parece contenta.
Lleva en su nuevo puesto apenas seis meses y ya conoce perfectamente el “protocolo de actuación”, esa frase que le sonó tan rara el primer día y que ahora utiliza con cada objeto que entra en la oficina.
Lo primero es buscar algo que permita conocer a su dueño, después, si no es posible, se etiqueta y registra en el ordenador con el máximo de características, el estado, la fecha y el lugar donde se ha encontrado. Dependiendo de su tamaño, el ordenador asigna directamente el lugar donde irá en las estanterías de la nave contigua, que están ordenadas como un gran tablero de números y letras para localizar fácilmente cualquier cosa, incluso se envuelven en un plástico transparente para evitar que se ensucie.
Nuria supo de este trabajo casi por casualidad, le hablaron de él en el Centro de Acogida de su barrio y entró como interina para cubrir una vacante. Necesita el dinero, así que se esfuerza en hacerlo todo minuciosamente para ser la mejor y que no prescindan de ella.
Ha visto de todo, desde paraguas olvidados en el autobús, hasta audífonos o dentaduras postizas, muñecas de porcelana, instrumentos musicales, sombreros, incluso ordenadores portátiles, carteras o sobres con dinero. Aunque acude mucha gente a diario para recuperar sus pertenencias, algunas permanecen allí durante años hasta que se sacan a subasta para dejar espacio en el almacén.
Nuria juega a imaginar cómo será la persona que hay detrás de lo que traen y si aparece por la oficina, escruta su imagen de arriba abajo para ver en qué parte ha acertado, así el trabajo resulta más ameno, casi como un juego.
Hace días que se encuentra mal, pero no puede permitirse faltar y que empiecen las preguntas. Su jefa le ha dado un voto de confianza al que piensa responder con creces.
Esta mañana, entre las cosas a etiquetar, venía un bolso de flores con el asa rota y repleto de menudencias. El proceso es más complicado y largo, porque hay que relacionar todo y colocarlo extendido sobre la mesa para ver si encuentra alguna pista que permita conocer a su dueño. Ella lo llama autopsia de objetos personales.
Normalmente no encuentra ningún documento de identidad, pero a veces, en un bolsillo o en algún monedero, una tarjeta de visita le hace resolver el misterio.
Nuria es una apasionada de los detalles y siempre ha sido muy observadora.
Vuelca todo con cuidado sobre la mesa, bebe agua mientras lo coloca y se limpia el sudor con la manga de la camisa volviendo la cabeza a los lados para comprobar que nadie la mira, se siente incómoda sabiéndose observada, aunque casi todos los que trabajaban allí llevan más tiempo y ella es la nueva, lo que la convierte en el centro.
Empieza a revisar: cuaderno, lápices de colores, estuche con maquillaje y pinturas, spray con colonia, cepillo del pelo, llaves, carterita con fotos de niños, lima de uñas, mp4, teléfono móvil, gorro de lluvia, paraguas plegable, tabaco, varios mecheros, gafas de sol, pinzas de depilar, gomas del pelo, condones, llavero de rana con sonidos y funda de terciopelo con una baraja del tarot.
– Tal vez el teléfono móvil siga encendido –piensa.
Al cogerlo para comprobarlo, comienza a sonar la Cabalgata de las Valkirias y Nuria da un respingo y lo abre para contestar.
– ¿Sí?
– ¿Con quién hablo? Soy la dueña de ese celular.
Nuria imagina por el acento y las expresiones que se trata de una mujer extranjera. Le da las explicaciones para llegar a la Central de objetos perdidos y vuelve a recoger todo minuciosamente antes de preparar el formulario de entrega. Tiene el estómago revuelto, pero le da otro sorbo a su botellita de agua y se sienta un rato a ordenar papeles mientras espera que se le pase. Media hora más tarde, una señora que ronda la treintena rompe con el repiqueteo de sus tacones el silencio de la sala.
Se dirije directamente a recepción y de ahí, a la parte del mostrador en la que trabaja Nuria. Es muy alta, morena y con unos ojos verdes que llaman la atención, además, va impecable de los pies a la cabeza, como si acabara de salir de un desfile de moda.
Primero saca un viejo pasaporte repleto de sellos de todo el mundo para identificarse y deletrea su nombre y apellido para que Nuria lo apunte en el formulario: Ylenia Sacha Ramanova. Luego le explica todo lo que recordaba llevar en el bolso, cómo se lo había robado una pareja desde una moto la tarde anterior y la persecución policial que siguió después. Nuria apunta algunos datos antes de dárselo para firmar y pasa las páginas del pasaporte tratando de imaginar cómo serán los lugares que ella nunca llegará a conocer.
Ylenia abre las cintas de raso que fruncen la boca del bolso y rebusca nerviosa hasta que saca la funda con la baraja de tarot.
–No encontré ninguna cartera, lo siento, debieron quedarse con ella antes de tirarlo –dijo Nuria.
– Es igual, el seguro se encargará de eso y ya anulé las tarjetas del billetero, pero esta baraja es lo único que conservo de mi abuela y me hubiera apenado mucho perderla – contestó.
Ha cogido la mano de Nuria entre las suyas y le da las gracias con los ojos llenos de lágrimas.
Nuria recapacita sobre el valor que se le da a las cosas, le devuelve una sonrisa y piensa en lo gratificante que resulta a veces su trabajo.
La mujer se aleja del mostrador acariciando su carterita de terciopelo y cuando abre la puerta para salir de la nave, vuelve sobre sus pasos y va de nuevo al lado de Nuria.
– Perdona, me preguntaba si querrías que te echara las cartas. Puede que esto no sea una casualidad.
Se hace un silencio incómodo.
Nuria no confía demasiado en los asuntos de magia y tampoco le apetece compartir su intimidad con una desconocida, además, siempre ha tenido mucho respeto a esos temas porque le dan miedo.
Ylenia vuelve a tomar la palabra y antes de que Nuria pueda contestar, queda en esperarla en la cafetería de enfrente cuando termine su turno.
El resto de la mañana transcurre tranquila, pero Nuria no deja de mirar el reloj que hay sobre la puerta ni de pensar en la guapa mujer. Al salir, cruza de acera pensando en alguna excusa para marcharse cuanto antes.
Ylenia espera en una mesa junto a la cristalera y levanta la mano al verla. Se saludan con tres besos en las mejillas. Nuria pide un té y cuando se va a echar el azúcar, la mujer coge su mano y vuelve la palma hacia arriba.
– No te preocupes, sólo voy a mirar las líneas de tu vida
Nuria quiere salir corriendo. No piensa barajar, ni cortar, ni elegir una carta de cada 7 para esperar la interpretación de Ylenia, al fin y al cabo, no es más que una desconocida. Si sale la Papisa del derecho, descubrirá su secreto, y si elije la carta del sol por azar, la mujer mirará su barriga. Hoy Nuria quiere el Sol, la esperanza, salir del túnel, pero ha tomado una decisión y una bruja no le hará cambiar de idea, por buena que sea. También en el Centro de acogida una peruana cargada de niños echaba las cartas y Nuria nunca entró en ese juego.
Ylenia ha soltado su mano y la mira directamente a los ojos.
– No lo hagas, preciosa, ni lo pienses o te arrepentirás siempre. Algunas cosas, cuando se van, no llegan a una oficina de objetos perdidos. Tienes que encontrarte, tu línea de la vida es bien larga y está llena de sorpresas, mírala. Corazón, sé bien de lo que hablo.
Nuria saca unas monedas para pagar. Ya escuchó lo mismo antes y no está dispuesta a dar explicaciones, es su vida y puede hacer lo que quiera. No tenía que haber venido. Mantiene la distancia con la mirada perdida en algún punto a través del cristal, pero sus ojos se han llenado de lágrimas.
De camino a casa, las palabras de Ylenia repiquetean en su cabeza como los tacones sobre el suelo de la oficina. No quiere pensar. Esta vez el “protocolo de actuación” es más duro y complicado porque tiene que colocar sobre su mesa la autopsia de su vida.
Amanece. Nuria parece contenta. Al llegar a la oficina, encuentra sobre su mesa una carta de tarot con un sol y un número de teléfono. Ha dormido poco, pero ha tomado decisiones y quiere ser feliz.
Lleva en su nuevo puesto apenas seis meses y ya conoce perfectamente el “protocolo de actuación”, esa frase que le sonó tan rara el primer día y que ahora utiliza con cada objeto que entra en la oficina.
Lo primero es buscar algo que permita conocer a su dueño, después, si no es posible, se etiqueta y registra en el ordenador con el máximo de características, el estado, la fecha y el lugar donde se ha encontrado. Dependiendo de su tamaño, el ordenador asigna directamente el lugar donde irá en las estanterías de la nave contigua, que están ordenadas como un gran tablero de números y letras para localizar fácilmente cualquier cosa, incluso se envuelven en un plástico transparente para evitar que se ensucie.
Nuria supo de este trabajo casi por casualidad, le hablaron de él en el Centro de Acogida de su barrio y entró como interina para cubrir una vacante. Necesita el dinero, así que se esfuerza en hacerlo todo minuciosamente para ser la mejor y que no prescindan de ella.
Ha visto de todo, desde paraguas olvidados en el autobús, hasta audífonos o dentaduras postizas, muñecas de porcelana, instrumentos musicales, sombreros, incluso ordenadores portátiles, carteras o sobres con dinero. Aunque acude mucha gente a diario para recuperar sus pertenencias, algunas permanecen allí durante años hasta que se sacan a subasta para dejar espacio en el almacén.
Nuria juega a imaginar cómo será la persona que hay detrás de lo que traen y si aparece por la oficina, escruta su imagen de arriba abajo para ver en qué parte ha acertado, así el trabajo resulta más ameno, casi como un juego.
Hace días que se encuentra mal, pero no puede permitirse faltar y que empiecen las preguntas. Su jefa le ha dado un voto de confianza al que piensa responder con creces.
Esta mañana, entre las cosas a etiquetar, venía un bolso de flores con el asa rota y repleto de menudencias. El proceso es más complicado y largo, porque hay que relacionar todo y colocarlo extendido sobre la mesa para ver si encuentra alguna pista que permita conocer a su dueño. Ella lo llama autopsia de objetos personales.
Normalmente no encuentra ningún documento de identidad, pero a veces, en un bolsillo o en algún monedero, una tarjeta de visita le hace resolver el misterio.
Nuria es una apasionada de los detalles y siempre ha sido muy observadora.
Vuelca todo con cuidado sobre la mesa, bebe agua mientras lo coloca y se limpia el sudor con la manga de la camisa volviendo la cabeza a los lados para comprobar que nadie la mira, se siente incómoda sabiéndose observada, aunque casi todos los que trabajaban allí llevan más tiempo y ella es la nueva, lo que la convierte en el centro.
Empieza a revisar: cuaderno, lápices de colores, estuche con maquillaje y pinturas, spray con colonia, cepillo del pelo, llaves, carterita con fotos de niños, lima de uñas, mp4, teléfono móvil, gorro de lluvia, paraguas plegable, tabaco, varios mecheros, gafas de sol, pinzas de depilar, gomas del pelo, condones, llavero de rana con sonidos y funda de terciopelo con una baraja del tarot.
– Tal vez el teléfono móvil siga encendido –piensa.
Al cogerlo para comprobarlo, comienza a sonar la Cabalgata de las Valkirias y Nuria da un respingo y lo abre para contestar.
– ¿Sí?
– ¿Con quién hablo? Soy la dueña de ese celular.
Nuria imagina por el acento y las expresiones que se trata de una mujer extranjera. Le da las explicaciones para llegar a la Central de objetos perdidos y vuelve a recoger todo minuciosamente antes de preparar el formulario de entrega. Tiene el estómago revuelto, pero le da otro sorbo a su botellita de agua y se sienta un rato a ordenar papeles mientras espera que se le pase. Media hora más tarde, una señora que ronda la treintena rompe con el repiqueteo de sus tacones el silencio de la sala.
Se dirije directamente a recepción y de ahí, a la parte del mostrador en la que trabaja Nuria. Es muy alta, morena y con unos ojos verdes que llaman la atención, además, va impecable de los pies a la cabeza, como si acabara de salir de un desfile de moda.
Primero saca un viejo pasaporte repleto de sellos de todo el mundo para identificarse y deletrea su nombre y apellido para que Nuria lo apunte en el formulario: Ylenia Sacha Ramanova. Luego le explica todo lo que recordaba llevar en el bolso, cómo se lo había robado una pareja desde una moto la tarde anterior y la persecución policial que siguió después. Nuria apunta algunos datos antes de dárselo para firmar y pasa las páginas del pasaporte tratando de imaginar cómo serán los lugares que ella nunca llegará a conocer.
Ylenia abre las cintas de raso que fruncen la boca del bolso y rebusca nerviosa hasta que saca la funda con la baraja de tarot.
–No encontré ninguna cartera, lo siento, debieron quedarse con ella antes de tirarlo –dijo Nuria.
– Es igual, el seguro se encargará de eso y ya anulé las tarjetas del billetero, pero esta baraja es lo único que conservo de mi abuela y me hubiera apenado mucho perderla – contestó.
Ha cogido la mano de Nuria entre las suyas y le da las gracias con los ojos llenos de lágrimas.
Nuria recapacita sobre el valor que se le da a las cosas, le devuelve una sonrisa y piensa en lo gratificante que resulta a veces su trabajo.
La mujer se aleja del mostrador acariciando su carterita de terciopelo y cuando abre la puerta para salir de la nave, vuelve sobre sus pasos y va de nuevo al lado de Nuria.
– Perdona, me preguntaba si querrías que te echara las cartas. Puede que esto no sea una casualidad.
Se hace un silencio incómodo.
Nuria no confía demasiado en los asuntos de magia y tampoco le apetece compartir su intimidad con una desconocida, además, siempre ha tenido mucho respeto a esos temas porque le dan miedo.
Ylenia vuelve a tomar la palabra y antes de que Nuria pueda contestar, queda en esperarla en la cafetería de enfrente cuando termine su turno.
El resto de la mañana transcurre tranquila, pero Nuria no deja de mirar el reloj que hay sobre la puerta ni de pensar en la guapa mujer. Al salir, cruza de acera pensando en alguna excusa para marcharse cuanto antes.
Ylenia espera en una mesa junto a la cristalera y levanta la mano al verla. Se saludan con tres besos en las mejillas. Nuria pide un té y cuando se va a echar el azúcar, la mujer coge su mano y vuelve la palma hacia arriba.
– No te preocupes, sólo voy a mirar las líneas de tu vida
Nuria quiere salir corriendo. No piensa barajar, ni cortar, ni elegir una carta de cada 7 para esperar la interpretación de Ylenia, al fin y al cabo, no es más que una desconocida. Si sale la Papisa del derecho, descubrirá su secreto, y si elije la carta del sol por azar, la mujer mirará su barriga. Hoy Nuria quiere el Sol, la esperanza, salir del túnel, pero ha tomado una decisión y una bruja no le hará cambiar de idea, por buena que sea. También en el Centro de acogida una peruana cargada de niños echaba las cartas y Nuria nunca entró en ese juego.
Ylenia ha soltado su mano y la mira directamente a los ojos.
– No lo hagas, preciosa, ni lo pienses o te arrepentirás siempre. Algunas cosas, cuando se van, no llegan a una oficina de objetos perdidos. Tienes que encontrarte, tu línea de la vida es bien larga y está llena de sorpresas, mírala. Corazón, sé bien de lo que hablo.
Nuria saca unas monedas para pagar. Ya escuchó lo mismo antes y no está dispuesta a dar explicaciones, es su vida y puede hacer lo que quiera. No tenía que haber venido. Mantiene la distancia con la mirada perdida en algún punto a través del cristal, pero sus ojos se han llenado de lágrimas.
De camino a casa, las palabras de Ylenia repiquetean en su cabeza como los tacones sobre el suelo de la oficina. No quiere pensar. Esta vez el “protocolo de actuación” es más duro y complicado porque tiene que colocar sobre su mesa la autopsia de su vida.
Amanece. Nuria parece contenta. Al llegar a la oficina, encuentra sobre su mesa una carta de tarot con un sol y un número de teléfono. Ha dormido poco, pero ha tomado decisiones y quiere ser feliz.
4 comentarios:
hacia el final me he conmovido, preciosa historia
un abrazo
Jo, qué relato Jimena...
Es que ya verás que siempre me repito; leerte es una gozada.
Fantástico...
Besos
Recreas el ambiente con todo lujo de detalles. Y las descripciones ganan la partida a la historia en sí según mi opinión.
Un relato muy real y con un final que dice mucho. Me gustó.
Besossss
oye y si te lanzas y las escribes un poquito mas largas?, no se, ya que a ti te sobra imaginación... para que los demás no trabajemos tanto inventandonos finales
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