01 diciembre 2008

El síndrome de Peter Pan

–Vamos, Santiago, es hora de irse a la cama, que tu hermana lleva más de media hora durmiendo.
–Pero, no te has enfadado, ¿verdad, mami? –contestó.
–No, cariño, no es eso, pero no puedes contarle tus cosas al primero que entra en casa, que todo el mundo no es como papá y mamá y les puede dar vergüenza. Venga, dame un beso, lávate los dientes y vete a dormir, anda. Mañana os llevaremos papá y yo a un sitio que te va a gustar.

Me encanta mi casa.

No quiero cambiarla, ni dejar mi Peter Pan gigante en la pared de mi habitación. Tampoco me apetece ir a otro colegio y buscar nuevos amigos, pero cuando los mayores se empeñaban en algo, es difícil convencerles. Luego dicen que los niños somos unos cabezones. Ya. Desde que su papá colocó en la terraza un cartel grande con el número de teléfono, no paran de llamar y mamá ya no tiene tiempo de hacer puzzles conmigo. Además, cada vez que me pongo a jugar al llegar del cole, suena el timbre de la puerta y tengo que recoger a toda prisa los dinosaurios desperdigados por la alfombra para que la casa parezca ordenada.


¡Menuda tontería! Como si alguien fuera a comprarla por cómo encuentre mis juguetes. A veces no entiendo a los mayores. Hace unos días me gané una buena regañina porque les gasté una broma a unos señores que habían venido a verla; total, les conté que en mi cuarto hacía mucho frío y que el ruido del viento no me dejaba dormir, ellos se miraron poniendo muecas raras y después dijeron que se tenían que ir enseguida, que les esperaban. He tenido que prometer no volver a hacerlo porque mis papás se enfadaron mucho conmigo. La culpa es suya, que nunca gastan bromas.


Esta tarde nos ha visitado una señora muy seria de una inmobiliaria. Mamá ya la debía conocer, porque le abrió la puerta y le dio dos besos. Cuando la invitó a sentarse para charlar, se colocó en el borde de la silla, muy tiesa ella y con las gafas en la punta de la nariz, como una que sale en los dibujos animados. Yo la miraba con los ojos muy abiertos asomado al salón sin hacer ruido, pero mamá me vio en el borde de la puerta y me hizo que entrara.

–Santiago, cariño, no te quedes ahí. Vamos, pasa y da las buenas tardes.
–Ho-ho-la, buenos días, digo, tardes, buenas tardes.
–Uy, ¡pero qué niño más rico!.

Yo lo único que quiero es que no se enfade otra vez mamá, pero no me gusta nada que me agarren de la cara como si fuera un globo, así que me fui para mi habitación y me senté en la alfombra con un tiranosaurio que tiene las uñas muy largas mientras miraba mi pared de Peter.

Desde allí escucho a las dos hablando, aunque no entiendo bien lo que dicen. Cuando las oí acercarse, metí el tiranosaurio debajo de la cama poniéndome un dedo delante de la boca y me senté muy deprisa en el pupitre de colores para hacer un puzzle.

–Chsssss! –le dije a mi muñeco. Qúedate ahí un momento, que esta vez me voy a portar muy bien para que me cuenten dónde me llevan mañana.

Mamá abrió el armario empotrado y un balón saltó disparado como si llevara un muelle.

–Vaya, Santiaguito, te dije que los balones no se guardaban aquí.

Cuando mami me llama así…malo, porque después viene una regañina seguro. Lo mejor será portarse bien para ver si lo olvida.

En el cuarto de al lado, se oyó a mi hermana que lloraba.

–Disculpa, Elena, la pequeña se ha despertado, ahora mismo vuelvo, puedes mirar lo que quieras.
–No te preocupes, me quedaré aquí con tu hijo, a ver si me enseña a hacer puzzles. Qué mono eres, ¿cómo me has dicho que te llamas?
–Santiago.
–Bueno, Santi, y esta es tu habitación, ¿verdad? ¿te gusta Peter Pan?
–Santiago, me llamo Santiago, como mi tío, y como el del caballo blanco. Y además no quiero irme de esta casa ni que nadie se quede con mi pared, porque papá la pintó para mí.
–Ya. Qué rico el niño. Y ¿qué tal te va en el cole?
–Muy bien, mi señorita se llama Pilar, y tiene vulva. ¿Tú tienes vulva? Mi mamá también tiene vulva, y mi hermana tiene vulva. Yo tengo pene, como mi papá y como mi tío Santiago, pero el mío es pequeño y cuando me lo toco se pone grande, ¿quieres verlo?.
–No, no, por favor, Santi, si te creo…

A la señora se le han resbalaron las gafas. Dio unos golpecitos a su reloj de muñeca y se lo acercó a la oreja.

–Me llamo Santiago, jo, como mi tío, y como el del caballo blanco. Mi señorita Pilar dice que voy a sacar buenas notas, pero que hablo mucho en clase.
–¡Santiaguito, cariño! Ven un momentito, anda.

Otra vez un diminutivo. Esta vez no sé por qué. Cuando entré en la habitación de María, mamá estaba tapándose la boca intentando disimular las risas, pero al verme, estalló una carcajada, aunque intentaba ponerse seria.

–Cariño, ¿se puede saber qué le estás contando? Bueno, mejor déjalo y vamos para allá, anda.

Mamá me agarró de la mano, se colocó a mi hermana María en la cadera y volvió de nuevo a mi cuarto.

–Perdona, tuve que cambiarla. Os estaba oyendo desde la habitación, ya sabes, ahora en el cole están con la educación sexual y todo eso. ¿Quieres ver el resto de la casa?
–No, gracias, la verdad es que se me ha hecho tarde y tengo que irme, pero te llamaré si me confirma algo el chico que estaba interesado, supongo que no tardará, porque me dijo que tenía prisa en mudarse a la sierra cuanto antes, cosas de trabajo creo.

No pude dormir. Por la mañana papá nos llevará a un sitio, pero no me han dicho nada más. Los mayores y sus secretos, qué rabia.
Después de desayunar, montamos en el coche y nos abrochamos los cinturones. Miré hacia la terraza: ya no hay cartel con el teléfono. Igual se lo ha llevado el viento y no se han dado cuenta. Sonreí y apreté en la mano mi pequeño triceratops de la suerte. Nunca me ha fallado. Luego miré a mi hermana: ya se ha dormido. Los pequeños son un rollo, se pasan el día durmiendo y cuando quieren algo, se ponen a llorar.

Cuando el coche se paró, abrí los ojos y miré hacia todos lados. No hay animales, o sea que nada de zoo, tampoco atracciones ni nada que tenga pinta de divertido.

–Papá, ¿este es el sitio que me iba a gustar? Jo…¡si no tiene animales ni nada!
–Espera, hombre, no seas impaciente. Mira, como tú eres ya un campeón, vas a tener que ayudarme, porque tu hermana pesa mucho y no puedo abrir las puertas, ¿vale?, mira, coge un llavero verde que hay en este bolsillo y agarra la llave negra, que es de este portal de aquí enfrente.

Abrí la puerta apretando con rabia mi dinosaurio de la suerte. En el ascensor miré hacia el suelo sin decir nada. El séptimo. En el descansillo, cuatro puertas y en una de ellas, un dinosaurio de papel pegado con un celo.

–Bueno, hijo, de momento sí hay un animal. Ahora abre esa puerta con la llave redonda, anda. Lo estás haciendo fenomenal, ¿verdad mami?

Miré a mis papás y abrí la puerta. Es una casa grande, con mucha luz, pero está vacía.

–Ahora tienes que cerrar los ojos y darnos una mano a cada uno. No los abras, ¿eh?.

A trompicones por el pasillo, abrí un poco los ojos, pero nada, sólo olor a pintura que hace que arrugue la nariz.

–Bueno, cariño –dice su mamá. Pues esta es tu habitación, una de niño grande, amarilla. ¿Te gusta? Quédate un momento con tu hermana y no toquéis las paredes, que está todo recién pintado. Voy con papá al coche y ahora mismo volvemos.

Tres minutos después, al entrar de nuevo en la casa cargando con una gran alfombra y un cesto de dinosaurios, nos encontraron con las manos llenas de pintura verde.

–Pero, ¿se puede saber qué ha pasado aquí? Santiago, ¿qué habéis hecho?

Miré al suelo apretando los labios para no llorar. Mamá corría por la casa en busca del bote de pintura verde que debieron olvidar los obreros. Desde la habitación del fondo se oyó un grito.

–¡Santiaguito! ¡Ven aquí ahora mismo!

Sobre mi nueva pared amarilla, unas manos diminutas y un dinosaurio muy grande pintado con los dedos. Papá se empezó a reír y nos miró intentando ponerse muy serio.

–Bueno, tampoco es para tanto, a mí hasta me parece original…¿no? Quién sabe, igual el día de mañana eres un gran graffitero, hijo. Y tú, mami, no grites así, que nos has asustado.

Mi dinosaurio de la suerte se me cayó de la mano y me eché a llorar y me hice pis encima como un pequeñajo.
- Jo...yo solo quería mi habitación....

4 comentarios:

Blogger Joaquín Campos ha dicho...

ALGUNA VEZ QUE HE CAMBIADO DE PISO TAMBIEN HE TENIDO GANAS DE LLORAR.
EL RELATO MUY TIERNO.
SALUDOS...

1 de diciembre de 2008, 19:18  
Anonymous Anónimo ha dicho...

pues parece que los peterpanes crecen eh?, y mucho, jodo con santiaguito jeje, y lo que queda

3 de diciembre de 2008, 11:40  
Blogger Miguel ha dicho...

Me gusta Santiago, aunque creo que el sídrome le ha empezado pronto.
Un beso

4 de diciembre de 2008, 10:21  
Blogger Maria Coca ha dicho...

Cuánta ternura! Me gusta la narración del niño. Todo su mundo se universaliza.

Besoss

4 de diciembre de 2008, 19:08  

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