En invierno el perro decora un sombrero
(Esto es un ejercicio de clase. Sentados en el césped, teníamos 20 minutos para inventar una historia a partir del título que nos había tocado. En mi caso, el que veis...y resultó muy muy divertido)Hipo es un perro muy especial.
Le pusieron ese nombre porque cuando lo adoptaron estaba llorando y tardó un buen rato en dejar de hacerlo.
Fue hace un año y desde entonces intenta parecer un niño más que un animal. Y es que adora a sus dueños y le gusta ver cómo se ríen.
Aún recuerda aquel día. Hacía frío y le dejaron dentro de un cubo de basura metido en una caja con tiras de papel de periódico. Hizo todos los sonidos que conocía para que le sacaran de allí.
Tenía miedo y estaba oscuro. Nada. Ni su madre ni ninguno de los cachorros con los que se acurrucaba después de mamar parecían escucharle. Cerró los ojos, pero los ruidos sonaban con eco desde dentro del cubo y el pobre temblaba de miedo.
Le gustaba acercarse a la barriga de su mami y esconder su hocico debajo cuando quería dormir, pero tampoco el cubo olía como ella.
Trepó hacia la rendija de luz, una, dos, tres veces. Nada. Agotado, se dejó caer sobre el periódico y comenzó a llorar con grandes hipidos. Entonces sonó un ruido fuerte. Era un camión y frenó justo al lado.
Hipo temblaba de miedo y metió el hociquillo entre sus largas orejas para que no le vieran.
El cubo se movió hacia un lado, luego hacia arriba. Hipo daba tumbos de un lado a otro, trató de salir por última vez, pero resbaló de nuevo y se le escapó un aullido de dolor.
Entonces se oyeron unas voces y pararon el cubo. Su cajita se quedó quieta. Se abrió la tapa y unos hombres se quedaron mirándole. Uno de ellos metió la mano en el cubo y le agarró por el pescuezo como lo hacía su madre cuando se escapaba de la cesta. Al salir, una niña le cogió en brazos y le arropó con su chaqueta sin dejar de acariciarle.
–Soy María, no tengas miedo, chiquitín, que voy a cuidarte mucho.
Luego, mirando a uno de los hombres, empezó a pedirle que le dejara llevárselo.
–Papito, papito, ¿puedo quedármelo? Por favor, por favor, papi, mírale, es muy pequeñito, papi, por favor, es navidad…
Tomás, el papá de María, se encogió de hombros y no dijo nada. Luego le llevaron a una casa muy bonita, le dieron leche caliente y le pusieron una cesta mullida para dormir. Tampoco allí olía como mamá, pero estaba contento y le hacían muchas caricias.
–Vamos, Hipo –le decía María-, es hora de salir.
Los dos se hicieron grandes amigos. Al principio no le gustaba ir atado, pero María se puso una cuerda muy larga alrededor de la cintura y dejó que el cachorro la agarrara con los dientes, así los dos iban igual. Cuando llegaban a un árbol, la niña se paraba y levantaba un pie para que su perrito hiciera lo mismo. A veces, sus amigas se reían de esas tonterías, pero a ella no le importaba, porque sabía que su perrito era diferente a los demás.
Al entrar en casa se quitaban las correas y María se lavaba las manos antes de ir a cenar. Como Hipo no llegaba al lavabo, metía las patitas una a una en el cacharro del que bebía agua y la niña se reía y la cambiaba por otra más fresca. Imitaba todo lo que hacía, se sentaba en su silla a la hora de cenar y quería que le arroparan cuando llegaba la noche.
Un día, María se encerró en su habitación para prepararle un regalo a papá. Cogió unos pinceles, una cartulina y empezó a dibujar. Hipo quería lo mismo, pero aquellos palos largos se le resbalaban en las pezuñas y salió del cuarto arrastrando las orejas hacia la cesta. Acurrucado, pensaba en ideas para su regalo.
Cuando todos dormían, subió las escaleras despacito hasta la habitación de su dueño. Empujó la puerta con el hocico y le oyó roncar. Sin hacer ruido, se acercó hasta la silla y agarró con la boca el sombrero de Tomás. Luego salió igual y se coló en la habitación de la niña. Le costó mucho abrir los botes de pintura, pero cuando lo consiguió, fue metiendo su pezuñitas con cuidado y colocándolas después en el sombrero.
Seguro que Tomás se pondría muy contento con un regalo tan original.
Al terminar, bajó al salón y colocó el sombrero junto al árbol con lucecitas que había decorado toda la familia.
Cuando despertaron, las escaleras estaban llenas de huellas de colores.
Tomás gritó muy fuerte su nombre, pero Hipo no se atrevió a moverse de su cesta. La niña bajó corriendo para ver lo que pasaba y allí, junto al árbol, se encontró el sombrero más bonito que había visto nunca. Se parecía mucho al de su padre…pero este era mejor y, dijeran lo que dijeran las niñas de su clase, ella estaba convencida de que su Hipo era un perro muy especial.
Le pusieron ese nombre porque cuando lo adoptaron estaba llorando y tardó un buen rato en dejar de hacerlo.
Fue hace un año y desde entonces intenta parecer un niño más que un animal. Y es que adora a sus dueños y le gusta ver cómo se ríen.
Aún recuerda aquel día. Hacía frío y le dejaron dentro de un cubo de basura metido en una caja con tiras de papel de periódico. Hizo todos los sonidos que conocía para que le sacaran de allí.
Tenía miedo y estaba oscuro. Nada. Ni su madre ni ninguno de los cachorros con los que se acurrucaba después de mamar parecían escucharle. Cerró los ojos, pero los ruidos sonaban con eco desde dentro del cubo y el pobre temblaba de miedo.
Le gustaba acercarse a la barriga de su mami y esconder su hocico debajo cuando quería dormir, pero tampoco el cubo olía como ella.
Trepó hacia la rendija de luz, una, dos, tres veces. Nada. Agotado, se dejó caer sobre el periódico y comenzó a llorar con grandes hipidos. Entonces sonó un ruido fuerte. Era un camión y frenó justo al lado.
Hipo temblaba de miedo y metió el hociquillo entre sus largas orejas para que no le vieran.
El cubo se movió hacia un lado, luego hacia arriba. Hipo daba tumbos de un lado a otro, trató de salir por última vez, pero resbaló de nuevo y se le escapó un aullido de dolor.
Entonces se oyeron unas voces y pararon el cubo. Su cajita se quedó quieta. Se abrió la tapa y unos hombres se quedaron mirándole. Uno de ellos metió la mano en el cubo y le agarró por el pescuezo como lo hacía su madre cuando se escapaba de la cesta. Al salir, una niña le cogió en brazos y le arropó con su chaqueta sin dejar de acariciarle.
–Soy María, no tengas miedo, chiquitín, que voy a cuidarte mucho.
Luego, mirando a uno de los hombres, empezó a pedirle que le dejara llevárselo.
–Papito, papito, ¿puedo quedármelo? Por favor, por favor, papi, mírale, es muy pequeñito, papi, por favor, es navidad…
Tomás, el papá de María, se encogió de hombros y no dijo nada. Luego le llevaron a una casa muy bonita, le dieron leche caliente y le pusieron una cesta mullida para dormir. Tampoco allí olía como mamá, pero estaba contento y le hacían muchas caricias.
–Vamos, Hipo –le decía María-, es hora de salir.
Los dos se hicieron grandes amigos. Al principio no le gustaba ir atado, pero María se puso una cuerda muy larga alrededor de la cintura y dejó que el cachorro la agarrara con los dientes, así los dos iban igual. Cuando llegaban a un árbol, la niña se paraba y levantaba un pie para que su perrito hiciera lo mismo. A veces, sus amigas se reían de esas tonterías, pero a ella no le importaba, porque sabía que su perrito era diferente a los demás.
Al entrar en casa se quitaban las correas y María se lavaba las manos antes de ir a cenar. Como Hipo no llegaba al lavabo, metía las patitas una a una en el cacharro del que bebía agua y la niña se reía y la cambiaba por otra más fresca. Imitaba todo lo que hacía, se sentaba en su silla a la hora de cenar y quería que le arroparan cuando llegaba la noche.
Un día, María se encerró en su habitación para prepararle un regalo a papá. Cogió unos pinceles, una cartulina y empezó a dibujar. Hipo quería lo mismo, pero aquellos palos largos se le resbalaban en las pezuñas y salió del cuarto arrastrando las orejas hacia la cesta. Acurrucado, pensaba en ideas para su regalo.
Cuando todos dormían, subió las escaleras despacito hasta la habitación de su dueño. Empujó la puerta con el hocico y le oyó roncar. Sin hacer ruido, se acercó hasta la silla y agarró con la boca el sombrero de Tomás. Luego salió igual y se coló en la habitación de la niña. Le costó mucho abrir los botes de pintura, pero cuando lo consiguió, fue metiendo su pezuñitas con cuidado y colocándolas después en el sombrero.
Seguro que Tomás se pondría muy contento con un regalo tan original.
Al terminar, bajó al salón y colocó el sombrero junto al árbol con lucecitas que había decorado toda la familia.
Cuando despertaron, las escaleras estaban llenas de huellas de colores.
Tomás gritó muy fuerte su nombre, pero Hipo no se atrevió a moverse de su cesta. La niña bajó corriendo para ver lo que pasaba y allí, junto al árbol, se encontró el sombrero más bonito que había visto nunca. Se parecía mucho al de su padre…pero este era mejor y, dijeran lo que dijeran las niñas de su clase, ella estaba convencida de que su Hipo era un perro muy especial.
7 comentarios:
Y ESO ESCRITO EN VEINTE MINUTOS...
¿QUE HABRIAS ESCRITO EN MEDIA HORA?
-LOS ANIMALES HUMANIZADOS CASI SIEMPRE ME DAN PENA.
UN BESO.
Groucho, imagino que en media hora...solo hubiera añadido palabras o me hubiera currado otro final mejor, pero fue un divertido ejercicio de desbloqueo que me da confianza y me hizo pasar muy buen rato. También a mí me dan pena los animales humanizados...pero Hipo es feliz, seguro. Gracias por tus comentarios siempre. Besos
Me ha hecho recordar una husky que tuve hace unos años, siempre con su mirada escrutadora, parecía que todo lo quisera adivinar.
Saludos.
Un tiernucho y creativo perrito, ya me gustaría tener una mascota así de imaginativa...al menos le da color a la vida eh!
un abrazo
Tu blog es un reto...cada actualización me cuesta bastante entenderla por el hecho de no estar dedicado al público "adolescente" y la tengo que releer un par de veces para enterarme bien...Pero al final consigo entender el texto eh?
Bueno...te llamaré por tu nombre original,pero me gustaba llamarte suegra,era más cariñoso!
Qué tierno... Y en veinte minutos? Increíble!!!! De verdad, qué bien!!!
Besos grandes.
que lindooooo!!!
Para empezar te diré que me he enamorado del título, me han dado ganas de seguir leyendo...Me gusta Hipo, me gusta su nombre y su arte...
Bss cielo
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