Las historias de Luca
A sus 30 años, Luca es jefa de equipo en una agencia de publicidad. Empezó hace seis como fotógrafa para la empresa y ahora es directora creativa y encargada del diseño de campañas agresivas para una importante cartera de clientes. Se ha ganado su confianza a cambio de muchas horas de trabajo y de renuncias, pero disfruta de él. En sus ratos libres, Luca dibuja. Le encanta hacerlo porque está convencida de que los personajes se esconden dentro de ella esperando que les dé vida.
Garabatea trazos de colores sobre el papel dando forma a sus ideas y luego busca las palabras hasta que consigue construir una historia en la que puedan ser libres. Cuando termina todo y pone el punto final, pincha una pequeña bombilla en un panel de la pared que luce como un gran mosaico. Entonces, coloca de nuevo la goma a su libreta, guarda los colores en la caja de madera hasta la próxima vez y sonríe.
Hay noches en que las historias o los monigotes se cuelan en sus sueños y no le dejan dormir. Ella dice que tienen prisa por independizarse de su cabeza y vivir su vida.
Ahora Luca inventa un mundo para Fran, pero por más que imagina, está reñida con las musas y desliza la pluma entre tachones y palabras de colores.
Fran es pelirrojo y tiene una cicatriz que le cruza la frente de arriba abajo. Es la “marca de guerra” que conserva de una competición en monopatín cuando era pequeño. Desde entonces no se ha vuelto a subir a ninguno. Dejaron de llamarle gallina a cambio de unos puntos de sutura y mucho miedo.
Después vinieron las salidas por Madrid, el botellón, las pirulas. Le da igual que le llamen cobarde por decir que no. Más miedo.
Fran no tiene claro cómo le gustaría celebrar su cumpleaños, pero servir mojitos en la Caracola el día de su mayoría de edad, no es su idea de una fiesta. Por suerte, tampoco esa fecha significa gran cosa para él y este sitio no es el peor trabajo que ha tenido, además, los jueves es el mejor día para las propinas sin aguantar a niñatos de fin de semana que no saben beber.
A los 16 su padre le consiguió un curro por el centro. Llegó ilusionado como un niño, hasta se quitó el piercing de la ceja para causar mejor impresión porque su vieja siempre dice que la primera es la que cuenta. Iba con el recorte del periódico en la mano, como un pardillo. El anuncio hablaba de técnico en publicidad desde los 16 años.
¡Menudo fiasco se llevó el pobre! Un año repartiendo folletos en la calle Preciados con un cartel que te cagas sujeto por los hombros y apenas le daba para el bono del cercanías y unas birras con los colegas. Aguantó por acumular meses para el paro y pensando que saldría algo mejor pero, joder, ni lo uno ni lo otro, que cuando se enteró que no le habían hecho contrato, se dio el piro de aquella mierda.
Que reparta papeles tu padre –le dijo, y hala, otra vez sin un duro y matando las horas en un banco del barrio.
Quería sacar pasta para el carné de conducir, pero la cosa estaba jodida hasta para eso y para irse de casa ni te cuento. A su edad parece que se va a comer el mundo y luego no se come ni una rosca. Que si tiene el pelo muy largo, que si no es lo que estamos buscando…la cosa es que le van dando con la puerta en las narices y al final no sabe para dónde tirar. Terminará repartiendo catálogos de ikea o cargando cajas de fruta en Mercamadrid a las tres de la mañana. Para que luego digan que tiene las cosas fáciles.
El que sí se lo montó bien fue el Dani. ¡Menuda estrella el tío! Un grupito de música con los colegas y a tocar por las verbenas de los pueblos, adiós al barrio. Eso es lo que Fran llama nacer con un trébol de cuatro hojas en el culo. Pero a él no le gusta andar pidiendo favores y así le ha ido.
Tuvo una novia, la Juani, pero ahora se cruzan y no se miran a la cara. Aún le duele el guantazo que le dio cuando la intentó sacar de su trabajo a la fuerza. Estaba de camarera en el garito de la esquina, pero una cosa es currar y otra muy distinta servir copas hasta las tantas con las tetas al aire.
Luego se liaron las cosas y Fran se metió en una pelea con el dueño que casi le cuesta terminar en la trena. Y todo porque encontraron su petaca al lado de aquél tío, joder, como si nadie le hubiera podido robar para dejarla allí y colocarle el paquete. La pasma le vio con cara de pringao y como debió ser el único que no salió corriendo, pues al cojo, con un par. El dueño es un macarra que acabó con la cara hecha un cristo, pero Fran no es de los que anda dándose de hostias con cualquiera, y menos con un panoli de traje y corbata.
La verdad es que cuando vio al Charli en la puerta de la Caracola, no le hizo ninguna gracia. Había ido con unos colegas y Fran ya se conocía su rollito, sabía de sobra que si aparecía el dueño y le pillaba con un peta en la mano, adiós al curro, descarao, así que dio un par de caladas a escondidas y le pidió a su compañera que echara ella el cierre. Es una tía legal que sabe hacer favores –pensó–. Se despidió de ella con un beso en los morros para darle las gracias y se largó por Malasaña con la pandilla.
Luca los ha dibujado a todos y tiene las láminas esparcidas sobre la mesa. Puede que ulitice a los personajes para un corto que tiene entre manos con la nueva campaña contra el alcohol, pero la historia no termina de cuajar y eso le impide dormir. Ya le ha pasado más veces, le coge cariño a un personaje y no sabe desprenderse de él, por más que chirríe la historia. Si no consigue que funcione, terminará arrancando las páginas del cuaderno y tirándolas a la papelera.
Es tarde y la agencia está casi vacía. Luca sigue mirando las láminas una por una, las coloca en el caballete y se aleja de ellas para verlas desde otra perspectiva. Luego se sienta en un sillón y se deja vencer por el sueño.
Mientras Luca duerme, Fran no se rinde, quiere quedarse y ser feliz. Camina sobre el cuaderno con las manos a la espalda y las greñas tapándole los ojos. De vez en cuando sopla en su flequillo para quitárselo de la frente y mirar de reojo a los colegas que Luca ha pintado junto a él. Molan. Luego salta de nuevo al caballete y se sienta en el borde para echar un cigarrillo sin darse cuenta del detector de humos que tiene al lado.
En cuestión de segundos, se disparan las alarmas y una fina lluvia cae sobre toda la habitación. Luca se despierta, abre mucho los ojos al ver las láminas emborronadas y el charco de colores que se ha formado bajo el caballete. El panel eléctrico de la pared se enciende y se apaga. Agarra el cuaderno para salir corriendo y se detiene en la puerta al oir una voz.
Garabatea trazos de colores sobre el papel dando forma a sus ideas y luego busca las palabras hasta que consigue construir una historia en la que puedan ser libres. Cuando termina todo y pone el punto final, pincha una pequeña bombilla en un panel de la pared que luce como un gran mosaico. Entonces, coloca de nuevo la goma a su libreta, guarda los colores en la caja de madera hasta la próxima vez y sonríe.
Hay noches en que las historias o los monigotes se cuelan en sus sueños y no le dejan dormir. Ella dice que tienen prisa por independizarse de su cabeza y vivir su vida.
Ahora Luca inventa un mundo para Fran, pero por más que imagina, está reñida con las musas y desliza la pluma entre tachones y palabras de colores.
Fran es pelirrojo y tiene una cicatriz que le cruza la frente de arriba abajo. Es la “marca de guerra” que conserva de una competición en monopatín cuando era pequeño. Desde entonces no se ha vuelto a subir a ninguno. Dejaron de llamarle gallina a cambio de unos puntos de sutura y mucho miedo.
Después vinieron las salidas por Madrid, el botellón, las pirulas. Le da igual que le llamen cobarde por decir que no. Más miedo.
Fran no tiene claro cómo le gustaría celebrar su cumpleaños, pero servir mojitos en la Caracola el día de su mayoría de edad, no es su idea de una fiesta. Por suerte, tampoco esa fecha significa gran cosa para él y este sitio no es el peor trabajo que ha tenido, además, los jueves es el mejor día para las propinas sin aguantar a niñatos de fin de semana que no saben beber.
A los 16 su padre le consiguió un curro por el centro. Llegó ilusionado como un niño, hasta se quitó el piercing de la ceja para causar mejor impresión porque su vieja siempre dice que la primera es la que cuenta. Iba con el recorte del periódico en la mano, como un pardillo. El anuncio hablaba de técnico en publicidad desde los 16 años.
¡Menudo fiasco se llevó el pobre! Un año repartiendo folletos en la calle Preciados con un cartel que te cagas sujeto por los hombros y apenas le daba para el bono del cercanías y unas birras con los colegas. Aguantó por acumular meses para el paro y pensando que saldría algo mejor pero, joder, ni lo uno ni lo otro, que cuando se enteró que no le habían hecho contrato, se dio el piro de aquella mierda.
Que reparta papeles tu padre –le dijo, y hala, otra vez sin un duro y matando las horas en un banco del barrio.
Quería sacar pasta para el carné de conducir, pero la cosa estaba jodida hasta para eso y para irse de casa ni te cuento. A su edad parece que se va a comer el mundo y luego no se come ni una rosca. Que si tiene el pelo muy largo, que si no es lo que estamos buscando…la cosa es que le van dando con la puerta en las narices y al final no sabe para dónde tirar. Terminará repartiendo catálogos de ikea o cargando cajas de fruta en Mercamadrid a las tres de la mañana. Para que luego digan que tiene las cosas fáciles.
El que sí se lo montó bien fue el Dani. ¡Menuda estrella el tío! Un grupito de música con los colegas y a tocar por las verbenas de los pueblos, adiós al barrio. Eso es lo que Fran llama nacer con un trébol de cuatro hojas en el culo. Pero a él no le gusta andar pidiendo favores y así le ha ido.
Tuvo una novia, la Juani, pero ahora se cruzan y no se miran a la cara. Aún le duele el guantazo que le dio cuando la intentó sacar de su trabajo a la fuerza. Estaba de camarera en el garito de la esquina, pero una cosa es currar y otra muy distinta servir copas hasta las tantas con las tetas al aire.
Luego se liaron las cosas y Fran se metió en una pelea con el dueño que casi le cuesta terminar en la trena. Y todo porque encontraron su petaca al lado de aquél tío, joder, como si nadie le hubiera podido robar para dejarla allí y colocarle el paquete. La pasma le vio con cara de pringao y como debió ser el único que no salió corriendo, pues al cojo, con un par. El dueño es un macarra que acabó con la cara hecha un cristo, pero Fran no es de los que anda dándose de hostias con cualquiera, y menos con un panoli de traje y corbata.
La verdad es que cuando vio al Charli en la puerta de la Caracola, no le hizo ninguna gracia. Había ido con unos colegas y Fran ya se conocía su rollito, sabía de sobra que si aparecía el dueño y le pillaba con un peta en la mano, adiós al curro, descarao, así que dio un par de caladas a escondidas y le pidió a su compañera que echara ella el cierre. Es una tía legal que sabe hacer favores –pensó–. Se despidió de ella con un beso en los morros para darle las gracias y se largó por Malasaña con la pandilla.
Luca los ha dibujado a todos y tiene las láminas esparcidas sobre la mesa. Puede que ulitice a los personajes para un corto que tiene entre manos con la nueva campaña contra el alcohol, pero la historia no termina de cuajar y eso le impide dormir. Ya le ha pasado más veces, le coge cariño a un personaje y no sabe desprenderse de él, por más que chirríe la historia. Si no consigue que funcione, terminará arrancando las páginas del cuaderno y tirándolas a la papelera.
Es tarde y la agencia está casi vacía. Luca sigue mirando las láminas una por una, las coloca en el caballete y se aleja de ellas para verlas desde otra perspectiva. Luego se sienta en un sillón y se deja vencer por el sueño.
Mientras Luca duerme, Fran no se rinde, quiere quedarse y ser feliz. Camina sobre el cuaderno con las manos a la espalda y las greñas tapándole los ojos. De vez en cuando sopla en su flequillo para quitárselo de la frente y mirar de reojo a los colegas que Luca ha pintado junto a él. Molan. Luego salta de nuevo al caballete y se sienta en el borde para echar un cigarrillo sin darse cuenta del detector de humos que tiene al lado.
En cuestión de segundos, se disparan las alarmas y una fina lluvia cae sobre toda la habitación. Luca se despierta, abre mucho los ojos al ver las láminas emborronadas y el charco de colores que se ha formado bajo el caballete. El panel eléctrico de la pared se enciende y se apaga. Agarra el cuaderno para salir corriendo y se detiene en la puerta al oir una voz.
–Eh, colega, ¡no puedes dejarme aquí, yo quiero mi luz!.
Luca mira hacia los lados y no ve a nadie. Tal vez necesita una copa, o puede que el cansancio le esté jugando una mala pasada y sea mejor irse a dormir. Mañana será otra historia.
10 comentarios:
Sueños y realidad; personajes de ficción que creen ser reales; o que lo son en realidad.
Me gusta esta mezcla.
Un beso
Ya te la enseñare yo, ya.
La cicatriz digo.
Jajajajaja, se nota que te ha costado pero esta genial , sobre todo la parte final que ya se te nota mas en ti misma, mas a gusto con lo que escribes.
Gracias por compartir la idea.
Besos
intentare devovlerte algo en otra parcela.
Preciosa foto, Jimena. Espero que no te moleste si te la tomo prestada.
Un saludo, y felicidades por el blog.
Entre la realidad y la imaginación. Dónde se puede estar mejor?
Buen relato.
Besossssssss
Garabateemos trazos de colores para dibujar nuestra propia vida ... ese sueño que no tiene despertar.
Besos niña.
Hola.
Una vez más o por primera vez vengo aquí para “venderte” un concurso de Micro-relatos, jeje.
Hemos vuelto.
Literatura en Murcia, quiere invitarte a que participes en este modesto concurso.
Pues nada, te esperamos.
http://literaturaenmurcia.blogspot.com
Un saludo, Raúl M.
a mi me agrada a rato la compañía de esos mundosimaginarios e imaginados...
Abrazos
mmm..
una historia con sabor dulce, con toque ligero de ácido y color, eso sí, muy bien delimitados los colores, reales o ficticios, da igual, aunque luego llueva...
Un abrazo de buena mañana,
con nubes pero con luz...
REALIDAD, FICCIÓN.LA DELGADA LINEA QUE LAS SEPARA A VECES SE BORRA.
UN SALUDO FUMANDO....
JIMENA SE ME BORRA TU CONTACTO EN MI BLOG, NO SE QUE PASA.
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