15 julio 2008

Blogs (para Noviembre)


Menuda palabreja. La primera vez que Jimena la oyó, no tuvo muy claro si se referían a las libretas de toda la vida o si hablaban de ese mundo un poco friki en el que parecía estar metida hasta la portera del edificio, pero prefirió no preguntar para que no se notara que se sentía fuera de onda. Recordaba a su madre con media sonrisa repitiéndoles en casa que la ignorancia es muy atrevida y que no se metieran en una conversación de la que no supieran salir. Le hizo caso en aquella ocasión y apenas abrió la boca. Pero el tema no había hecho más que empezar.

Al llegar a casa, encendió el ordenador y buscó la palabra en Google. Después de echar un vistazo, ver fotos, leer comentarios y curiosear un poco por la red, cerró la sesión y se sentó en la vieja butaca de madera a leer cuentos. Le gustaba hacerlo con un lápiz multicolor para subrayar palabras o expresiones que le llamaban la atención, alguien le había enseñado hace tiempo a disfrutar del placer de repasar viejas notas. Ben Harper sonaba de fondo. Estaba tan cansada que no tardó en quedarse dormida, acurrucada entre palabras, soñando con princesas prometidas, con cuevas y con magos.

Unos días después alguien volvió a mencionar los blogs en el trabajo. Un compañero al que Jimena no tragaba, mantenía que el que no tiene uno hoy en día no es nadie, no tiene tarjeta de visita. Resulta que la palabrita en cuestión se estaba colando como una mosca cojonera y no parecía fácil deshacerse de ella a menos que decidiera bucear de una vez en ese mundo para conocer qué llamaba tanto la atención de propios y extraños.

Ni siquiera esperó a llegar a casa. Aprovechando que tenía muy poco público, husmeó aquí y allá y descubrió que le gustaba, o sea, que podía convertirse en otra adicción. Una más. A Jimena le costaba muy poco engancharse a algo y eso le asustaba, ya le pasó con otras cosas y con otras personas, pero había cosas muy interesantes por descubrir y no estaba dispuesta a perdérselas. Quién sabe, a lo mejor también se decidía a abrir uno con el tiempo para compartir sus letras. Quizá fuera un abismo más por superar. Eso sí, si lo hacía, no sería con su nombre de verdad, para que nadie la conociera. Era como jugar a un baile de máscaras o como entrar en esos laberintos de espejos que deforman la imagen hasta hacerla irreconocible, parecía divertido.

Esa tarde no quiso quedarse con los compañeros de la oficina a tomar unas cañas a pesar de que era viernes y siempre lo hacían. Se despidió nada más salir y fue derechita para casa. No esperó el ascensor, subió las escaleras casi saltando por los peldaños de dos en dos y llegó a la puerta con un resuello que no le dejaba respirar, tiró el bolso sobre el sofá, se descalzó y se sentó frente al ordenador mientras encendía el contestador automático para escuchar los mensajes.

Quería curiosear , como quien mira por el ojo de la cerradura para ver qué se esconde al otro lado, sin dejar huellas. Estuvo así una temporada, a hurtadillas, saltando de un blog a otro en silencio, seleccionando los que le gustaban y aprendiendo de lecturas que le dejaban mejor sabor de boca que alguno de los libros que había terminado últimamente, por mucho que se los hubieran recomendado. Le gustaba empezar el día buscando entre sus preferidos para ver las cosas nuevas y hasta se molestaba o preocupaba cuando tardaban mucho en incluir una entrada. Incluso se topó con amigos que ni siquiera sabía que escribían y con escritores que ni siquiera eran sus amigos. Aún –pensó–.

Una tarde, después de varias horas frente a la pantalla, salió a dar un paseo para ver si se olvidaba del dolor de cabeza. Se acercó con su perro hasta el parque de la esquina y buscó un banco a la sombra. Sacó del bolso su cuaderno verde de cuentos, pero antes de empezar a escribir se quedó dormida. Entonces vio cómo las palabras saltaban de sus manos, volaban por el parque como hojas secas y se colaban en la pantalla de su ordenador haciendo dibujos con su nombre.

3 comentarios:

Blogger Hache ha dicho...

Habría que inmortalizar en un cuento el momento en que las palabras salieron de la libreta verde y se colaron en forma de dibujo en la pantalla del ordenador. Habría que pintar un cuadro de muchos colores para que quedara constancia.

Ese momento se merece eso y mucho más.

;)

16 de julio de 2008, 0:56  
Blogger Maria Coca ha dicho...

Cuánta dulzura!!! Me encanta éste relato. Mezcla de realidad y de ensoñación. Me parece fabuloso. Enhorabuena por contar tanto y tan bien.

Besosss

16 de julio de 2008, 16:53  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

17 de julio de 2008, 12:08  

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