Secretos, luces y sombras
Faltan cinco minutos para las doce y se han apagado las luces de la sala. Un foco ilumina el escenario. Suena de fondo la banda sonora de la película El Piano y Daniela traga saliva intentando disimular los nervios.
Es la segunda vez que su amiga Adriana le aparta la mano de la boca para evitar que se coma las uñas, aunque sabe que hoy es una batalla perdida y tarde o temprano terminará haciéndolo.
–Dani, ¿estás nerviosa? –pregunta Adriana.
–No, esto es un juego, ya te lo dije. Sólo quería ver cómo es este mundo.
–Ya. ¿Y si dicen tu nombre?
–Pues me doy media vuelta y me voy, nadie me conoce.
–Vale, entonces explícame por qué estamos aquí.
–Chssss! Cállate ya o nos llamarán la atención, anda.
Daniela esconde cosas.
Lo hace desde niña, cuando guardaba sus juguetes favoritos en el fondo de un cajón para que no se le perdieran y luego se pasaba días buscándolos. De adolescente, era con las pinturas de la cara porque su madre aún no le dejaba maquillarse y aprovechaba el espejo del ascensor para utilizar el lápiz de ojos que luego borraba con saliva antes de volver a casa, con recuerdos y cartas que no quería olvidar y ahora, a sus treinta, hasta con su nombre, utilizando un pseudónimo con el que firma todo lo que escribe.
–Estás preciosa, Dani, de verdad. Es una pena que hayas venido conmigo en vez de con ese novio macizo que no te mereces.
Daniela ni siquiera ha escuchado a su amiga. Mantiene la vista perdida en algún punto del escenario mientras piensa en cómo ha ido el día y qué la trajo hasta aquí.
El día que recibió la primera llamada, supo que su decisión había merecido la pena. Estaba en el trabajo y cuando sonó el móvil, descolgó sin pensarlo a pesar de que no conocía el número.
–¿Hola?.
–Buenos días, preguntaba por Daniela Fernández.
–Soy yo.
–Verás, te llamo de la Biblioteca Torrente Ballester, de Valladolid, para comunicarte que el relato que presentaste a concurso ha sido seleccionado finalista.
–¿Cómo? ¿Estás segura?
–Sí, sí, claro: Daniela Fernández pone en la plica, con el título de Malena. Queríamos confirmar tu asistencia al acto de entrega de premios y enviarte por correo postal una invitación.
–Bu-bu-bu-e-no, digo, claro, por supuesto, muchas gracias.
Al colgar, se quedó un momento mirando la pantalla del móvil con una sonrisa boba en la cara. La mano le estaba temblando.
Atrás quedaban año y medio de estudio de unas oposiciones que no llegó a superar, cursos de escritura, muchas horas delante del ordenador y cuadernos enteros de bocetos y garabatos.
Los días que siguieron a esa llamada, Daniela no podía pensar en otra cosa. Se imaginaba firmando autógrafos, llamando a los amigos y confesando en casa que hacía tiempo que dejaron de interesarle las dichosas oposiciones, luego prefirió guardar sus sueños en una cajita imaginaria y ser más realista, al fin y al cabo, de ilusiones no se vive y sólo sirven para llevarte decepciones –pensó. Así que decidió olvidar el tema y no ir a la entrega de premios.
El 23 de octubre terminó por llegar y de nuevo una llamada hizo que Daniela pensara en la gala. Era de la organización, para confirmar la asistencia de dos personas a la cena en el Paraninfo de la Universidad. Daniela dijo que sí, aunque no tenía intención de ir, y menos de hacerlo con alguien, pero le pilló por sorpresa y no se atrevió a cerrar esa puerta. Una vez más, tendría que fiarse de su instinto.
Ahora ya no hay marcha atrás. Daniela mira el escenario y recuerda cómo ha llegado todo esto.
Ha sido un día complicado. A las nueve de la noche estaba probándose ropa con Adriana en casa, amontonando vestidos y complementos sobre la cama como cuando empezaron sus primeras salidas y quedaban para cambiarse juntas.
Una hora antes, ni siquiera pensaba en venir, estaba triste porque discutió con un buen amigo y no tenía ganas de nada, pero después de un rato llorando abrazada a un cojín en el rincón del sofá, pensó que un poco de aire le iría bien. Dicho y hecho. Llamó a su novio al trabajo y le contó que esa noche no volvería a dormir porque se quedaba en casa de su amiga cuando salieran de un concierto de jazz al que irían juntas, de esa manera, no estaría preocupada por la hora de llegada. Reservó una habitación en un hotel cercano y llamó a Adriana para convencerla. No le costó mucho hacerlo, se conocían desde niñas y habían vivido muchas cosas juntas.
Mientras su amiga llegaba a casa, Daniela se sirvió una copa de vino mientras se depilaba y repasó en su cuaderno los concursos a los que se había presentado últimamente. Le gustaba apuntar cada uno en una de las páginas de su moleskine verde con la fecha de resolución, la dirección y el relato que enviaba. Luego lo metía en el fondo de su cajón de ropa interior para evitar preguntas, explicaciones y consejos, aunque Adriana no se cansaba de repetirle que un día tendría que dejar esa tonta costumbre de esconderlo todo.
Ha parado la música. El alcalde de Valladolid, sobre el escenario, agradece a los asistentes su presencia y da paso a la directora de la biblioteca organizadora del evento. Micrófono en mano, con algún problema de sonido previo, ella repite el mismo discurso e insiste en la calidad de los trabajos presentados y la dificultad del jurado para elegir un solo ganador.
–Oye, Adriana, ¿tú nunca escondes nada? –dice casi susurrando.
–Todos lo hacemos, Daniela, pero creo que ahora el tu momento de quitarte la máscara, ¿no? ¿De qué tienes miedo?
–De mí, de no estar a la altura
–Anda, no digas tonterías. Mira, pase lo que pase esta noche, tú y yo brindaremos en el hotel con vino y te contaré algo.
Daniela se ha comido las uñas. Mira a su amiga, que le ha cogido la mano y le aprieta mientras desde el escenario se pide a los finalistas, nombre tras nombre, que se pongan en pie. Al escuchar el suyo, retira la silla y antes de levantarse, sonríe a su amiga.
Son las doce de la noche y en el escenario están a punto de abrir un sobre.
2 comentarios:
El nerviosismo de la protagonista casi se palpa en cada párrafo. Un relato plagado de emoción, Jimena. Me gustó.
Besossss
Jimena, si no te importa me quedo con este relato de los excelentes a los que nos has acostumbrado como regalo de navidad...
Te dejo una rosa blanca para que con su aroma te llene una "Noche de Paz".
Besitos
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