Tréboles
Habitación 203. Sobre la mesita, dos pequeños brillantes en forma de trébol y un papel arrugado con algo escrito.
Leire está tumbada, no lleva pendientes. Le molesta la luz en los ojos y los cierra mientras arruga la nariz. Intenta taparse, pero tiene una aguja clavada en la muñeca y le duele mucho el pecho. La sábana no huele a suavizante y la nota fría. Le cuesta respirar. Escucha voces lejanas y unas gaitas escocesas de fondo. Es Enya. Sonríe.
Alguien le pregunta su nombre y le pide que cuente hacia atrás desde diez, despacito.
Diez, nueve, ocho…tiene sueño, intenta abrir los ojos pero los párpados pesan demasiado y apenas puede moverlos, lo justo para que una luz fuerte le haga cerrarlos de nuevo. Trata de relajarse y dormir. Piensa en sus pendientes, pero no recuerda de dónde han salido ni por qué no los lleva puestos. Trata de respirar, le cuesta, quiere moverse, pero no puede hacerlo. Otra vez ese dolor, el frío, las voces a lo lejos.
De pronto, silencio. Enya ha dejado de cantar.
En la mesa de operaciones, una joven paciente está a punto de ser intervenida. Los médicos bromean sobre un corazón al que aún le queda mucho trote. Será una intervención complicada, pero los tres conocen bien su trabajo y todo el equipo está preparado. Al abrir el tórax, los cirujanos se miran sin decir nada y continúan con la operación. Hay que trabajar deprisa. Se inicia el protocolo de trasplantes a toda velocidad, no se puede perder ni un minuto.
El reloj marca las diez y veinte.
Una hora después, el anestesista avisa de posibles complicaciones e inyecta otro líquido en la vía que recorre la columna y la muñeca de la paciente, eso la dejará totalmente dormida más tiempo y les dará la oportunidad de que llegue el corazón que esperan. Una máquina pita machaconamente, código azul. La enfermera seca el sudor de uno de los cirujanos. Tiene el corazón de su paciente en la mano y no puede hacer nada por él. Ya no hay bromas. Mira el reloj.
Leire imagina un campo lleno de tréboles. Los colecciona desde niña porque su abuela le dijo que daban suerte. En Irati los había por todas partes, aunque solo una vez encontró uno de cuatro hojas. Quizá por eso le regalaron los pendientes, ahora lo recuerda. Andrés, ha sido él, por su cumpleaños. Una cama grande, deshecha y una flor sobre la almohada junto a una cajita con letras doradas. Un hotel rural en la montaña. Los móviles idénticos sobre la mesita. Andrés está en la ducha y vibra el teléfono, es un mensaje. Leire lo coge creyendo que es el suyo, pero al abrirlo, se da cuenta que se ha equivocado. Lee: lo siento, hemos terminado. Se viste deprisa y sale de la habitación. Se detiene en recepción a por las llaves de su coche y escribe en un papel: hasta nunca, pero lo arruga con rabia y lo guarda en la mano, apretando con las uñas hasta hacerse daño. Va hacia el coche con el puño cerrado. Al entrar, ni siquiera se acuerda del cinturón. Conduce a toda velocidad, la carretera está borrosa, no puede dejar de llorar, respira hondo y pisa el acelerador sin ver el camión que viene de frente. Da un volantazo intentando esquivarlo.
De repente, todo está oscuro. Puede mover las manos, pero el volante le aprieta en el pecho y no le deja respirar. Se toca la oreja, el pendiente que le dará suerte sigue ahí.
Ahora escucha una voz cada vez más cerca, alguien toca su cara y le dice al oído –vamos, despierta, hemos terminado. Leire abre los ojos. Otra vez el dolor en el pecho, esa frase. No está en el hotel rural de la montaña ni tampoco en casa. Huele raro, pero la luz ya no le molesta en los ojos. Mira a su alrededor. Hay muchos cables y tubos. Junto a su cama, una mesita con unos brillantes en forma de trébol y un papel arrugado. Una lágrima resbala por su mejilla. Leire respira hondo, cierra los ojos y sonríe.
–No –piensa-, yo no he terminado.
2 comentarios:
EL SABADO PLANTE TREBOLES.
ME GUSTAN TUS RELATOS, ESTE TAMBIEN.
BESOS DE DOMINGO.
Groucho, sigue plantando. Cuando te salga uno de cuatro hojas, me lo guardas, vale? Besitos
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio