19 abril 2008

Natura 2008




Este fin de semana se celebra en Madrid la Edición Primavera de la feria Natura 2008, sobre minerales, insectos, fósiles y conchas.

Como siempre, desde hace no recuerdo ya cuantos años, el Hotel Convención, además de acoger este evento, me sirve de cita obligada para saludar a amigos y repartir abrazos.

La Feria sorprende por muchas cosas, en primer lugar, por el hecho de encontrarse aún con familias enteras que comparten el gusto por la naturaleza, con padres que emplean su rato de ocio del fin de semana para enseñar a sus hijos un mundo que normalmente sólo se ve en los libros, y con marujas (sin ánimo de ofender) que nos acercamos a por el modelito de bisutería más original con el que sorprender a propios y extraños. Pero también choca el que lejos de pesepés, botellones, ipods y otros avances tecnológicos, gente de todas las edades se interese por un tema como éste. Es reconfortante entrar en el sótano de este hotel y reconocer la mirada de cansancio de los expositores y el brillo de quien aún se apasiona por compartir sus conocimientos y su experiencia. En mi caso, además, es volver a los 20 años, a los viajes compartidos en busca de fósiles, a los recuerdos, al calor de amigos que sabes que siempre están ahí, independientemente de la aficción que compartas con ellos.

Una de las costumbres “sanas” que hemos adquirido a lo largo de estos años, es la de quedar a comer cerca del hotel. Para ponernos al día de nuestras vidas. Lo hacemos en un sitio de barrio, de los de toda la vida, esos bares familiares con menú del día, en los que pareces conocer las caras y te sientas como si lo hicieras en la mesa camilla de tu abuela. Con olor a grasa, eso sí, un olor que se agarra al pelo y a la ropa durante horas.

Hoy era el día.

No contaba yo con la llamada de ayer de mi amiga para disculparse por romper esa costumbre.

Ayer fue difícil para mí. Problemas laborales serios mantenían mi neurona como una olla exprés. Por la tarde, me enfrenté a gritos con un grupo de 50 adolescentes para evitar que llegara a más una disputa con unos comerciantes chinos. Una de esas situaciones en las que te sale del corazón (no de la cabeza) intervenir y no mides las consecuencias. Después, pasé media hora angustiosa buscando a mi pequeño, que, sin avisarme, se había marchado a otro parque con un amigo. Cosas del día a día, supongo.

Cuando volví a casa y me enredé con el ordenador y las letras, me temblaban aún las manos del susto.

Entonces sonó mi móvil, y me desahogué a gusto con mi amiga desgranando detalles de mi problema en el trabajo. Cuando terminé de hablar y ella ya me había consolado suficiente, yo dudaba de que mi ánimo me dejara acudir a nuestra cita. Entonces me contó que su cuñado acababa de morir. Inmediatamente guardé silencio y pensé en los míos, en nuestras vidas, en lo frágil e injusto que parece todo a veces.

En ningún momento me interrumpió, ni minimizó mis agobios, ni me hizo pensar que tenía ganas de contarme algo, simplemente esperó, me abrazó a su manera, con palabras, y compartió su dolor conmigo, serena, tranquila.

No supe qué decir. Imagino que alguna cosa sin mucho sentido.

Me fui a la cama con una sensación rara, no sé si por el día, por la lluvia, por mis amigos o por mi.
Pasaron a un segundo plano las letras, los blogs, las sorpresas rotas o las ganas de compartir un rato de charla.

Tardé mucho en conciliar el sueño, a pesar de lo cansada que estaba. Últimamente me pasa demasiado a menudo. Pensaba en mis amigos, en el valor que le doy a sentirlos cerca, a pesar del tiempo, de las circunstancias, de la vida. Me acurruqué a mi almohada con la sensación de que todo pasa muy deprisa, de que apenas nos da tiempo a rozar las cosas que queremos.

Me dormí al final mientras recordaba un viaje de hace muchos años. Fue a Albarracín, en busca de fósiles. Con canciones de mocos, de tallarines y de champiñones, con la sonrisa de una niña y los abrazos con los que durante todo este tiempo he tenido el placer de contar.

Ahora es el momento de devolverles esa sonrisa, de decirles que les quiero sin necesidad de palabras, de recordarles dónde estoy y de posponer una cita con olor a grasa que estoy segura de que seguirá ahí durante mucho más tiempo.
P.D. Aunque nunca tengamos un funeral tan bonito y tan cálido como el que acabamos de compartir. Ni alguien que nos recuerde con las palabras que hoy se han pronunciado desde el corazón roto de un huérfano.

2 comentarios:

Blogger carambolista ha dicho...

Jimena... qué amiga más especial. Y qué paradojas de la vida, te das cuenta de que las cosas que te ocurren y te cambian el estado de ánimo (importantes, a otro nivel) pasan a ser secundarias con una noticia así. Despiertas, recobras la consciencia. Y te vuelves a dar cuenta, por enésima vez, de que lo más importante en la vida, es la vida. Siento la noticia. Un beso grande

19 de abril de 2008, 12:58  
Anonymous Anónimo ha dicho...

ufff, yo en esas situaciones no se que decir y tu lo haces hasta bonito

6 de mayo de 2008, 12:36  

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