18 mayo 2008

Joaquín Bernal (De Letras)

Cuando preguntan a Jimena qué es lo que más le gustaría en el mundo, siempre dice que daría cualquier cosa por convertirse en sombra a voluntad. Para poder escuchar sin ser vista, añade, y en la cara se le ilumina la sonrisa. Y mientras ella lo dice, su padre siempre le echa una mirada rara, de visitante de zoo que se ha topado con la jaula del ornitorrinco.

Aunque aún no ha conseguido su deseo, Jimena se las apaña bastante bien. Muchas tardes, al salir del colegio, se acerca a casa de su tío Urbano, que le da la merienda y permiso para perderse en su inmensa biblioteca. Para Jimena esa sala es como el paraíso: estantes repletos de voces que cuentan cosas. Algunas no las entiende, pero aún así deja que le susurren al oído, porque su música y su cadencia le bastan para saber que hablan de gente que no existió, o gente que existió hace mucho tiempo, o gente que existió muy lejos, pero en cualquier caso gente que vuelve a existir cada vez que ella abre el libro.

A Jimena le encanta jugar con las palabras, aunque es algo que le da un poco de vergüenza, y por eso se lo guarda para sí misma. Le encanta inventar que en Polonia debe hacer mucho frío porque es un país lleno de polos. O decirse que debe ser bonito regalar una lima a tu prima, y que encima rima. A menudo se tiene que aguantar la risa para evitar que su padre le diga, una vez más, que sólo los tontos se ríen por nada.

Su tío Urbano debe ser alguien importante, porque cada tarde lo visitan señores tan serios como él. Jimena, a veces, juega a convertirse en sombra y los observa a través de los cristales de la puerta que separa la biblioteca del saloncito. Su tío mueve los labios, y los señores lo observan, asintiendo todo el rato. Luego alguno de ellos contesta, y es su tío quien asiente. Jimena no consigue escuchar la conversación, pero le basta con contemplarla. Son libros vivos que están contando una historia que ella jamás entendería, lo sabe. Y ya es bastante mirarlos desde un rincón, también lo sabe.

Hoy Jimena siente en el pecho una excitación de petazetas. Ayer tomó prestado a Javi, su hermano, uno de los volúmenes de la colección de los jóvenes castores: el dedicado a los juegos de espías. En él descubrió que si uno coloca un vaso contra la pared y aplica el oído, puede escuchar las conversaciones de la habitación de al lado. Lo probó en casa y consiguió escuchar a Marisa hablando por teléfono con su amiga Sandra, contándole un rollo sobre un chico que a ella no le interesó nada de nada. Pero el truco del vaso funcionó. Y ha decidido probarlo en casa de su tío Urbano. Esta tarde.

Ha merendado rápido, cuidando no dejar una sola gota de leche en el vaso. Lo último que quiere es manchar la pared con un cerco húmedo difícil de explicar. En el saloncito, dos hombres escuchan a su tío.

Jimena apoya el vaso sobre la pared, coloca la oreja y afina el oído. Y consigue escuchar esa voz familiar, grave y leve, que va y viene en oleadas como un humo tenue. De fondo, el sonido de una caracola, aunque ella sabe que es un efecto producido por el vaso porque lo leyó en el libro de Javi. Escucha a su tío y a esos dos señores, tan serios.

—Y sigo escribiendo, sí. Pero me aburro.

—Deberías cambiar un poco, hacer algo divertido.

—¿Divertido? ¿Cómo qué?

—Podemos hacer un cadáver exquisito.

—¿Otro más? Buf.

—Ya lo tengo. Cada uno propone dos palabras, por turnos, y todos escribimos sobre esas dos palabras. Ah, y prohibido utilizar la segunda de forma directa.

—Huy. ¿Ya estamos con las metáforas? No sé si voy a saber.

—Seguro que aprendes rápido.

Jimena escucha risas. Retira el vaso de la pared. También ríe. En ese momento deja de sentirse culpable por jugar con las palabras. Al fin y al cabo, si su tío lo hace, si esos hombres tan serios lo hacen, no será tan malo como pensaba, diga lo que diga su padre.

Deja el vaso sobre la mesa. Camina despacio a lo largo de la estantería principal, rozando los lomos de los libros con el índice. Se detiene y coge el libro señalado. Es «El libro de la selva», de Rudyard Kipling. Se sienta y lo abre.

Jimena lee la primera frase. Y empieza a escuchar un rumor de hojas, la algarabía de pájaros desconocidos, un rugido lejano, murmullo de agua. Y sin darse cuenta se ha convertido en una sombra que escucha sin ser vista.



NOTA: Este texto está escrito por Joaquín Bernal. Para Jimena. Gracias, Maestro

2 comentarios:

Blogger Hache ha dicho...

Jugar con las palabras ... no imagino un juego mejor. Pero claro, de eso sabes mucho. Juegas bien. Me gusta.

En Nubosidad Variable, Carmen Martín Gaite juega con ellas ... lo has leido?

20 de mayo de 2008, 23:46  
Blogger Ana ha dicho...

Divertido juego, aunque esta vez el turno era de Joaquín. Te recomiendo que lo leas, éso sí es jugar. Me anoto el de Martín Gaite, me lo leeré. Gracias

21 de mayo de 2008, 6:48  

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio

Si quieres llevarte bien con las hadas, no copies textos sin permiso.
Diseño de Joaquín Bernal • Ilustración de Sara Fernández Free counter and web stats