30 marzo 2008

Postal (diario de una vacación)

Viernes. Tres de la tarde de un día primaveral en Madrid.

Termina la jornada. Hasta el lunes soy dueña de mis pasos.

Me apetecía cambiar de aires y he salido sin tener muy claro el destino. He reservado habitación para dos días en un pequeño hotel de la sierra. Un lugar en el que pasear sin rumbo fijo. Sola.

Llego gracias al gps, un invento para personas como yo. He cantado durante todo el camino, como cuando de adolescente salía de excursión. Aparco el coche y saco mi mochila con la dulce sensación de haberme regalado un paréntesis de tiempo sólo para mí. Me siento extraña aún.

En la habitación, tumbada sobre una enorme cama de forja, escribo un mensaje en el móvil y, antes de mandarlo para decir que he llegado, lo desconecto y lo dejo sobre la mesita. No quiero saber nada de él durante las próximas cuarenta y ocho horas. Es mi manera de olvidarme de todo, aunque sea durante un par de días. Después lo pienso y lo vuelvo a encender, por si acaso -me digo, pero esta vez en modo silencio, sólo para ver su luz si hay alguna urgencia.

Me cuesta trabajo hacer lo mismo con la cabeza, aunque a veces me gustaría, la verdad.

Respiro hondo, como queriendo atrapar la conciencia de esta nueva situación, y me levanto para inspeccionar el lugar que he elegido para perderme. O para encontrarme, que falta me hace.

La habitación es acogedora, como de casa, más que de hotel, ahora que se lleva tanto lo rural. Un lavabo de porcelana con pie de hierro junto a la ventana me recuerda la casa grande de mi abuela, con su toalla de puntillas y las cortinas de encaje. Huele suave a romero o a alguna hierba parecida, pero es un olor que no resulta cargante, como si hubieran lavado la ropa en el campo y le quedara ese aroma a fresco de por la mañana.

Dejo mis cosas colocadas en el armario, los papeles y libros sobre la mesa camilla de la salita y el portátil junto a la cama y, después de una ducha, salgo a pasear y con la idea de recorrer el pueblo y encontrar algún lugar donde tomar algo. La dueña, una chica poco mayor que yo y con el pelo azul, me ha ofrecido cenar aquí mismo, o en un par de sitios cercanos que al parecer son de confianza. Me habla también de un café al otro lado de la calle y de un viejo cine, junto a la plaza de la iglesia, con sesión única de noche al que aún me da tiempo a llegar, eso sí: me advierte que las películas, aunque buenas, suelen estar un poco anticuadas, porque al parecer, el dueño, sólo compra los títulos que le gustan. Se lo agradezco y salgo tranquila en dirección a la plaza.

EL GRAN AZUL.

Dudo. Hace tiempo que vi esta película. Me la dejó un amigo y lloré con ella. Hubiera preferido algo intrascendente, para no pensar, o un musical con final feliz, pero es lo que hay, me digo, y, después de pensarlo un momento, me acerco a la taquilla y entro. Al fin y al cabo, tampoco tengo nada mejor que hacer. Este fin de semana es mío y no quiero planes, prefiero dejarme llevar y repartir las horas como más me apetezca. Después tendré tiempo para cenar.
En la sala, apenas media docena de personas más comparten mis planes.

Me siento en una fila vacía, casi al fondo y la butaca de terciopelo rojo, ajada ya, chirría cuando la abro como si le estuviera sacando las tripas. Todas las cabezas se giran hacia mí mientras me acomodo rápidamente para no seguir llamando la atención.

Recuerdo a los personajes en cuanto empieza la cinta: Enzo, Jacques y Johanna. Me enamoré del francés la primera vez que la vi, de su sentido de la libertad, de la manera en la que manejaba el silencio y la soledad. Creo que esta película es como una poesía escrita con imágenes bajo el mar. El color no es sólo el océano, sino la metáfora de aquello que lo envuelve todo. Me sorprendo limpiándome las lágrimas con la manga de la chaqueta. No quería llorar, pero las lágrimas no cesan, así que me repito en silencio que hoy vale todo y para no llevarme la contraria, me dejo llevar por mis sentimientos.

Como si las imágenes me atraparan a mí también en su belleza. Durante algo más de dos horas, pierdo el sentido del espacio y del tiempo como lo pierde Jacques cada vez que se sumerge en el silencio que le atrapa, como una obsesión que le envuelve en el placer de su propio mundo.

Salgo del cine como nueva. El francés y yo hemos buceado juntos esta vez. A la misma profundidad, él en su océano y yo en el mío. Descubriendo los dos un lugar extraño y maravilloso lleno de magia. Me ha tocado bien.

Entro en uno de los sitios que me recomendó Clara, la dueña del hotel y picoteo algo mientras trato de recordar la música de la banda sonora antes de irme a dormir. Hoy ha sido un largo día que ha dado mucho de sí. Dejaré el café para mañana, a ver si también se convierte en un guiño a mi escapada.

Me desnudo y me tumbo sobre la cama abierta.

Esto es justo lo que necesitaba -escribo en el móvil. Aprieto la tecla de enviar y me quedo dormida mientras aún resuena en mi oído el eco del mar.

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7 comentarios:

Blogger Chiki ha dicho...

¡no he visto esa peli!

31 de marzo de 2008, 9:13  
Blogger Ana ha dicho...

maraña, te invito al cine y al hotel. Finde de chicas. Te va a encantar la peli. Y la banda sonora!! Te explicaré al final por qué me enamoré del Francés, aunque seguro que lo adivinas. Gracias por la compañia

31 de marzo de 2008, 16:13  
Blogger El niño ha dicho...

glub, glub, glub.

1 de abril de 2008, 9:22  
Anonymous Anónimo ha dicho...

uff, si parece la realidad, si parece que quisieras perderte por ahí y además no supieras que hacer, en fin, supongo que a poco que puedas harás realidad el deseo y lo escribirás de otra forma... a esta le falta algo

1 de abril de 2008, 11:24  
Blogger Ana ha dicho...

niño, no te ahogues...que tú sabes mucho de música pero de buceo no tienes ni idea.

anónimo, todos estamos un poco perdidos y deseamos cada día encontrarnos, no?. Un beso

1 de abril de 2008, 20:57  
Blogger El niño ha dicho...

Eh!!! que yo buceo de puta madre!!!!

Disculpad la falta de sensibilidad literaria...me tocaron la fibra de trucha del Pas.

1 de abril de 2008, 21:37  
Blogger Miguel ha dicho...

El fin de semana se presenta placentero. Las imágenes claras; supongo que son las ganas de hacer y obrar como la protagonista de tu historia, porque el texto atrapa. No hay más?

10 de septiembre de 2008, 14:52  

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