05 abril 2008

Tercera postal. Diario de una vacación


Domingo. 9 de la mañana.

Es el último día que me queda de estas minivacaciones improvisadas. Abro los ojos y miro el reloj. Me duele la cabeza. Los excesos, que pasan factura.

Me meto en la ducha intentando recordar qué hicimos exactamente anoche. Da igual, supongo. Lo pasamos bien. No era la burbuja en la que pensaba colarme, pero resultó una jornada divertida. Es lo mejor de no hacer planes.

Rebusco en el armario algo que ponerme y encuentro con la ropa de la Chiki una falda larga, de patchwor que hace tiempo fue mía. Me la trajo un amigo de un mercadillo de Londres, pero le gustó a mi hermana cuando me la vio puesta y se la presté. Es un juego habitual en nosotras cambiarnos la ropa en cualquier sitio o prestarnos algo hasta olvidar realmente de quién era. La cosa es que cojo la falda, la combino con una de sus camisetas y bajo al salón, ibuprofeno en mano, para desayunar juntas. Ella me espera en la pequeña biblioteca del hotel, parapetada tras sus gafas de diseño tras un libro infantil.

- Buen día, dormilona! Me estaban rugiendo las tripas de tanto esperar. He hablado con Clara y hemos hecho planes. Parece una tía estupenda, has tenido buen ojo al elegir el sitio para perderte.
- Menos mal que era para perderme… contesto.

Mientras me cuenta el planteamiento para la mañana, nos zampamos unos bollos recién hechos (ella bien untados con mermelada casera, que yo no pruebo), pan de hogaza tostado, zumo de naranja y café bien cargado para tomar conciencia de la mañana. Al parecer, la idea es pasar por recoger a Luis, el dueño del Café, y subir al cine, donde vive Pablo, para ver la película de El Piano los cinco.

- Los cinco? Has dicho cinco? Yo sólo cuento cuatro…
- No, Clara también se apunta, me responde. Ella convenció a Pablo para que nos hiciera un pase particular a cambio de tortillas de patatas y agujas de ternera que comeremos luego en el río.
- Jo –protesto-, si me descuido, terminan pasándote la factura de mi escapada.
- Ya. Es lo que tienen los gemelos, que uno de los dos siempre llega después.
- Ah…vale. Y sigo con mis tostadas, sin pensar en el régimen que retomaré por quincuagésima vez al volver a casa.

Antes de salir, Luis se presenta en nuestra habitación con un dvd en la mano. Es el corto que vimos ayer, y se lo trae a Chiki, que le ha prometido “Cansada de besar sapos”. Si esto hubiera ocurrido en nuestra adolescencia, juraría sin temor a equivocarme que van a compartir algo más que una película, pero hace años que no nos cambiamos amistades en ese terreno. La verdad es que era divertido…

Clara da una voz desde la cocina para que salgamos ya mientras termina la comida y la esperemos en el cine, dice que Pablo ha llamado y nos espera.

No contaba yo con estas dosis de sociabilidad durante el fin de semana. Creí que hacía bien conectando el móvil, pero empiezo a dudarlo.

La película me vuelve a sorprender por lo estremecedora, llena de cariño y triste. Es una mezcla rara, y me encanta.

- Si no hubiera aparecido el vecino de Ada, me voy a mitad de peli, hermanita.

- No te gusta? Le digo.

- Sí, la fotografía es impresionante, pero la historia no tiene desperdicio, reconócelo: muda, con un marido muerto, una hija, un matrimonio pactado y un gilipollas de marido más de campo que las amapolas. Claro, que lo de traerse el piano a Nueva Zelanda, también tiene lo suyo. Vamos, que salvada por el vecino, que yo soy menos romántica que todo eso.

Hubo un momento en el que nos miramos, con los ojos enrojecidos, sin que a ninguno de los cinco pareciera importarle que se le escaparan las lágrimas. A veces me sorprenden las relaciones que se pueden hacer en unas horas. Era fácil encontrarse a gusto así. No echaba de menos mi soledad.

Durante la comida, en el río, Luis contó en clave de comedia todas las relaciones que siguieron a su famoso “tenemos que hablar” con el que le dejó su última pareja. Su monólogo de humor hizo que lloráramos, esta vez de risa, mientras dábamos cuenta de la tortilla, la cerveza y las agujas que trajo Clara.

Así, entre historias y recuerdos, como adolescentes en pleno pavo, se hizo la hora de la siesta y nos despedimos eufóricos, hasta la próxima quedada. Luis y Chiki se marcharon juntos como imaginaba. Dijeron algo de ver una película en Madrid.



Ocho de la tarde. Hospital Clínico.

Hemos ido llegando todos. No estás sola. Desde que sonó mi móvil hace rato, apenas he podido despegarlo de la oreja. Todos quieren saber de tí. Luego carreras, más llamadas, el coche hasta Navacerrada, ganas de gritar, nervios, un cigarro tras otro, impotencia.
Sólo querías meterte en tu burbuja y pensar, pero me pareció buena idea sorprenderte, compartir tu isla, estar ahí, como siempre.

Los bomberos me han dado tu bolso con este diario sin terminar. Tú manía de atraparlo todo. Deseabas soñar que eras feliz para despertar con una nueva sonrisa. La misma que dibujas desde que te sacaron del amasijo de hierros en las siete revueltas, cuando un camión decidió adelantar y te encontró de frente tarareando a Sabina.

Sabina sigue sonando para ti. Yo te lo canto, aquí, pegada a tu cama, a los tubos, y a esa máquina de pesadilla, esperándote para que me cuentes el final de la película que me perdí por un beso.

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2 comentarios:

Blogger Chiki ha dicho...

no has tenido narices para matarme, eh. Que igual pensabas que me iba a aparecer luego en sueños a pedirte cuentas :-)

7 de abril de 2008, 8:36  
Blogger Ana ha dicho...

No, qué va! es que si te mato, se termina la historia, recuerda que ya te sufrí en coma una vez y hubo cambios de dni...así que, cualquiera se atreve. Gracias por estar. Un besito

7 de abril de 2008, 15:59  

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