01 junio 2008

Pesadillas

Joaquín se mira en el espejo y se sorprende ante una imagen cada vez más borrosa. Son las tres de la mañana y no consigue dormir. Lleva varias noches sin hacerlo.

Hace unos días, se cortó en un dedo con un papel y en un gesto instintivo se lo llevó a la boca. La gotita de sangre en la lengua le gustó mucho. Le entraron escalofríos, luego notó mucho calor en la cara que fue bajando como una sacudida por todo el cuerpo. La saboreó como si tuviera un caramelo, mirando hacia los lados para asegurarse de que sus compañeros no notaran nada. Luego empezó con las uñas, mordiéndoselas hasta hacerse sangrar. Y las cutículas. Hasta probó a hacerse un pequeño corte en el tobillo, donde nadie pudiera verlo.

Pero no fue suficiente.

Recuerda haber sentido algo parecido cuando de pequeño se curaba las heridas a base de lametones, pero las regañinas de su madre le hicieron abandonar aquella costumbre.

Ahora no tiene a nadie que se preocupe por esas cosas.

O se duerme ya o mañana no habrá quién le despierte. Son las cuatro y media y no sabe qué postura probar. No quiere que Carina le vea con unas ojeras que le cubren media cara. Intenta en vano dejar la mente en blanco, pensar en ovejitas, cualquier cosa. Le pesan los párpados, está cansado.

Tendría que cambiar al turno de noche, porque las mañanas cada vez se le hacen más cuesta arriba.

En el trabajo finge pequeños accidentes con los que conseguir un momento de placer, cierra los ojos y se abandona a la sensación que le produce la sangre en la boca, pero anda escondiéndose por cualquier rincón para que no le vean, no sea que alguien le tome por loco y corra la voz por toda la oficina. Tiene que pensar en algo, un plan del que no se entere nadie. Sabe que más de uno disfrutaría haciendo la comidilla, como cuando pillaron al jefe con la chica de la limpieza en el despacho y se enteró todo el edificio.

Ahora le encajan cosas que no tenían explicación, como su manía de volver la cara hacia otro lado cuando dona sangre, a pesar de no sentir miedo a las agujas, la de no mirarse en los espejos ni hacerse fotos, la obsesión en el metro por mirar a los cuellos de las chicas o la costumbre de rozarse los colmillos con la lengua cuando está nervioso. Por fin lo entiende. Se entiende, aunque no pueda contárselo a nadie, ni siquiera a Carina.

Quiere escalar un peldaño más para encontrar placer. Sólo tiene que elegir cómo hacerlo.

Tal vez un corte a la altura de las muñecas. No, eso le da miedo. A estas alturas, no es cuestión de desangrarse y ponerlo todo perdido.

Piensa buscar información en internet sobre los grupos sanguíneos, para ver si tienen que ver con la densidad o el sabor. Y meterse en foros sobre búsqueda de orgasmos, aunque se teme que, salvo propuestas con todo tipo de artilugios sexuales, no encontrará mucha gente que comparta su afición.

Quizá mañana, ahora quiere dormir y dejar de pensar. La luz del despertador se refleja en el techo. Son casi las seis.

Ayer no debió quedarse en la oficina hasta tan tarde. Podría haber terminado los informes esta mañana, y no hubiera coincidido con Carina. Sabe que siempre que están solos, se hace la encontradiza y le regala unas miradas que le dejan helado. Sólo se había atrevido a observar su cuello, ni siquiera le dijo nada cuando se acercó a su mesa y se desabrochó un botón justo delante de su cara.

Se le tiene que ocurrir algo. ¿Y si ahora le denuncia? ¿Si les dice a todos que se abalanzó sobre ella?

De mañana no pasa. Lo tiene decidido. Y se tomará un transilium o un tranquimazin antes de irse a dormir. Siempre ha sido un miedoso, pero total, por un día, no se enganchará a los somníferos.

Frente al espejo, Joaquín se toca el cuello. Parece que tiene una herida. Puede que se cortara con algo cuando se revolcaron sobre la mesa. Trata de verse mejor, pasa una mano por el cristal, pero su cara está cada vez más borrosa.

Todo ha ocurrido demasiado deprisa.

Al llegar al trabajo, busca a Carina con la mirada. Quiere hablar con ella antes que nadie, preguntarle por qué gritaba tanto anoche y por qué le guiñó un ojo cuando se iba.

Tiene la sensación de que todos le miran. Sonríen. Saludan. Joaquín está incómodo entre tanta cortesía. No está acostumbrado. Se fija en sus cuellos. Parece que se hubieran cortado igual que él, las mismas marcas.

No puede ser. La falta de sueño le está volviendo loco. Necesita encontrar a Carina, dormir y olvidar esta pesadilla.

3 comentarios:

Blogger carambolista ha dicho...

Mmmm me gusta la historia, es diferente y fresca (como la sangre, jeje). Pero no sé si me queda claro el final... es él la víctima? Son sus compañeros víctimas? es Carina la vampiresa que les ha mordido a ellos?

2 de junio de 2008, 11:43  
Anonymous Anónimo ha dicho...

con el repeluz que me dan a mi los vampiros... como sigas mucho la historia voy a ser yo el que necesite tranquimazin para irme a dormir

2 de junio de 2008, 12:19  
Blogger Ana ha dicho...

Noviembre, creo que mi vampiro necesita una revisión. Es que el pobre se está quedando débil y borroso...o eso, o le hace falta dormir más, como a la mayoría. Un beso.
Anónimo, deja de ser anónimo y sal a la luz. A ver si al final va a resultar que todos tenemos un poco de vampiro. Otro beso. Y duerme...

2 de junio de 2008, 22:11  

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